En nuestro imaginario o paisaje de la infancia siempre se planta en el centro Marisol: aquella niña bondadosa, tierna, brillante, capaz de superar la adversidad con sus canciones y su gracejo. Nuestra sentimentalidad se construía con aquella Marisol de verano y fiesta; o Marisol de Navidad y calor de invierno; de paisajes andaluces o castellanos; y después la Marisol adolescente con trenzas infantiles y vendajes en el pecho para que pareciera la niña que ya no era.
Tuvimos noticia de este escritor hace dos décadas, sobre todo porque a su libro Frágil le concedieron el Premio El Ojo Crítico de Poesía en 2002, y antes ya había publicado los poemarios Naufragios (Premio Extremadura de Creación) y Mientras arden (Premio Jaén de Poesía), pero después ha seguido con Vida secreta, en poesía, los libros de viajes Los trabajos del viajero y Medio mundo, y el relato Nosotros, los solitarios. Además, en colaboración con Anatxu Zabalbeascoa, tiene otros dos títulos: Vidas construidas. Biografías de arquitectos y el ensayo Minimalismos. También fue uno de los comisarios de la exposición Minimalismos. Un signo de los tiempos que se mostró en el Museo Reina Sofía de Madrid en 2001.
Sin polémica, sin batalla, aquí se presenta el Día de la Hispanidad, el 12 de octubre. Somos herederos de un descubrimiento relativo, y también de un expolio, de una conquista, del poder de un Imperio sobre sus colonias, todo lo que implica la historia. Herederos de un aprendizaje sin el cual no nos entendemos, porque recibimos más que impartimos, atesoramos la bella y fructífera esencia de cuanto nos ofrecieron desde esa tierra lejana y maravillosa: América. Tanto le debemos que nos postramos de rodillas ante su magnificencia.
En España se celebra cada año para conmemorar la llegada de Cristóbal Colón al nuevo continente en 1492. Es de desear que se festeje con sentido de fraternidad, no de subyugación; bajo el signo de la hermandad, no de la superioridad. El países de Latinoamérica y en Estados Unidos, esta fecha adquiere otros nombres que se ajustan a sus intereses culturales.
Las pasadas semanas el escritor y periodista Guillermo Busutil ha presentado en Madrid y Málaga su último libro: La cultura, querido Robinson, con prólogo del novelista Antonio Muñoz Molina. Aquí reúne un conjunto de artículos en formato de columna que el autor viene publicando cada domingo en el diario La Opinión de Málaga.
Y es que necesitamos dejarlo por escrito. Hay muchísimos escritores, pero muchos, que escriben bien. No hay duda. Por supuesto hay muchos periodistas que cumplen bien su trabajo informativo. Menos mal. Pero la columna es otra cosa. Los reportajes, artículos y entrevistas de calidad son otra cosa. Busutil lleva décadas dando una lección de literatura en prensa, experto como es en un lenguaje que conserva todos sus rasgos de estilo mientras toma el pulso cultural de una ciudad para trascenderlo y convertirlo en actualidad contemporánea de cualquier parte. Es decir, escribir desde Málaga, pero no desde lo local, sino abriendo una ventana a todo el país y al mundo.
Así lo dejó escrito Gustavo Adolfo Bécquer, como verso de anhelo y plenitud que pudiera ofrecerle la persona amada, dispuesto a ofrecer al menos desde la poesía lo más inalcanzable a cambio de esa curva en unos labios queridos.
Sonreímos por placer, por ternura, por diversión, por agradar, por contemporizar con los otros, con intención de ganar algo que se desea. Y además no pocas veces para mostrar afecto, para mostrar complicidad y empatía, para dialogar con el espíritu de los demás. El encanto de una sonrisa supone un oasis tras muchos días de sed. Nunca la felicidad tuvo una imagen tan prodigiosa como la sonrisa de un bebé, tan sorpresiva por temprana; de un niño, de cualquier joven con esperanza, de cualquier anciano satisfecho, de cualquier mujer que pisa fuerte y de cualquier ser humano sin temores.
Vivos, pero también con la energía vital y la esperanza suficientes para contemplar un horizonte de proyectos. La vida es proyecto o no es nada. La vida es camino o es calle cortada. Vivos, pero activos en las tareas, cuidándonos, cuidando de los otros, en alerta siempre para batallar contra lo que nos mata. Vivos, pero no inconscientes ni paralizados ni vegetales, sino abiertos al aprendizaje, a los contactos y a las emociones.
Si tenemos esta vida como regalo, hay que cultivar la vida como un jardín particular y un gran parque para todos.
En este octubre otoñal, nos acompaña la escritura de una poetisa cordobesa que vive en Barcelona, y ha sabido convivir con dos geografías, dos lenguas y varios trabajos, pero mirándose hacia adentro y mirándolo todo de otra manera, a través de su obra poética. Concha García nació en un pueblo de Córdoba, pero tiene la amplitud de una mirada desde la gran ciudad o más bien desde el mundo. Lo hace a partir de pequeñas anécdotas o indagando en lo inasible de una realidad fragmentada que puede descubrir realidades íntimas y sociales que no son evidentes.