La sabiduría pudiera considerarse como virtud exquisita que algunos pocos han adquirido y por eso destacan en distintas disciplinas: ciencia, política, filosofía. Los grandes sabios de las ciencias y las humanidades escriben libros, proponen teorías, desvelan descubrimientos, resultan premiados, reconocidos y seguidos en nuestra cultura por méritos propios. Casi todos han cambiando el rumbo de la historia, han mejorado las condiciones de vida y pretenden nuestra supervivencia de hombres en un planeta privilegiado. Pero la sabiduría se reconoce no solo en las grandes obras, sino en lo que cada cual aporta al mundo, todos los hombres como hormigas contribuyendo al progreso.

¿No es sabiduría la de ese labrador que reconoce la fertilidad de su tierra, el riego que necesita cada cultivo, el tiempo de maduración de cada fruto? ¿No es sabiduría la de esa madre que distingue los llantos y conoce qué alimentación necesita su hijo? ¿No es sabiduría la de cualquier empleado que conoce los plazos y horarios, el funcionamiento de su ordenador y sus programas, las herramientas de su trabajo, los ingredientes que aderezan su producto?

¿No es sabiduría la del profesor que imparte materias complejas mientras detecta las dificultades y los logros de sus alumnos? ¿No es sabiduría la del médico que detecta un pequeño bulto o diagnóstica un mal menor? ¿O la del administrativo que pone en orden nuestros papeles? ¿La de la empleada de servicio que plancha nuestra ropa? ¿La de la cocinera que mide la sal en un colegio para cuidar la salud de los niños?

Cuánto sabemos de cada celebración, la del aquel que festejamos en su nacimiento, como niño mesías. Cuánto sabemos del Imperio Romano y su presión en Judea, Cuánto sabemos de la actualidad de hoy, de la crisis medioambiental, las migraciones, las guerras y los comercios.

Y entonces cabe hacerse esta pregunta: ¿No estaremos ignorando que cada persona tiene un cúmulo de sabiduría en sus tareas, ideas y cuidados de cada día? ¿Y también que a veces no lo reconocemos?

En esta sociedad mediática de relumbre instantáneo y de historia impresa o audiovisual estamos olvidando la profundidad y significancia del ser humano, sea cual sea su oficio o dedicación. Qué sería de los grandes personajes sabios sin contar con todos aquellos que consiguieron que llegara a ser sabio.

Madres, amas de casa, mujeres de servicio, electricistas, fontaneros, marineros, pescadores, matarifes, sanitarios, educadores. Miles de profesionales haciendo un quite al infortunio, mano sobre mano para avanzar.

Y luego están los elementos con su saber directo que nos abruma: los minerales, el fuego, la atmósfera, la naturaleza, las vitaminas, las proteínas. Y por encima de todo, la solidaridad, el afecto, el calor de la tribu.

Y sobre todas las cosas, el agua tiene su sabiduría primigenia porque nos gestó desde su origen y nos alimenta por los siglos de los siglos. Si somos inteligentes, volvemos siempre al agua, debemos sumergirnos en el baño para entender y entendernos entre todos, iguales como peces de un mismo mar.

Se trata de la sabiduría de seres humanos que viven cada amanecer sin preguntas, con resoluciones, con voluntad.

Pregúntate cuánto sabes y descubrirás que sabes muchísimo del mundo. Porque somos sabios.