¿Quién no se maravilla con el artificio del ilusionismo? Por ejemplo, cuando en 1983 el famoso David Copperfield hizo desaparecer la Estatua de la Libertad en Nueva York. ¿Y quién no ha disfrutado de novelas y relatos escritos desde realismo mágico, como los de Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Julio Cortázar Isabel Allende o Miguel Ángel Asturias? ¿Quién no contempla la belleza mágica en las pinturas de Frida Kahlo o Gustav Klimt?

Pero más allá del arte y los trucos, más allá del animismo, el vudú o las creencias en bebedizos y trabajos esotéricos para lograr objetivos, se erige la magia verdadera, esa que nos alumbra y nos hace vivir.

Magia es seguir respirando y dejar prueba de nuestra existencia incluso después muertos, como lo hacen tantos escritores, artistas, músicos, médicos, oficinistas, obreros, arquitectos, azafatas, limpiadoras y madres con su descendencia.

Nuestra existencia no es en vano y, sin grandes ecuaciones, se presenta como magia cotidiana, irracional, evolutiva y cumbre de todo proyecto, a veces ni siquiera proyectado.

Magia nos parece el mundo cuando vemos a esa pareja de ancianos tomados de la mano cruzando un paso de cebra. ¿Cuánto llevan juntos? ¿Cómo es posible?

Magia nos asombra al mirar al niño tambalearse y caer al intentar sus primeros pasos.

Magia nos abriga en las aguas del Hammam cuando el cuerpo se deja llevar.

Magia nos sobrecoge cuando vemos a un enfermo terminal que sale del coma y se recupera.

Magia nos ilumina cuando despertamos cada mañana y todo lo que amamos sigue aquí: el curso del día, los sonidos de la calle, el despertador, los planes, las citas, el desayuno, el huerto, los árboles y las aves, nuestra mascota y las risas de alegría.

¿No es magia el agua de la ducha y la ropa planchada para empezar a caminar por esta nueva jornada?

¿No es magia esa llamada que se espera, ese trabajo que nos encanta, esa casa que hemos decorado a la altura o casi de nuestros sueños?

Magia significa saber que quedamos después de existir, milagro de los siglos, semilla de las centurias, mínima moneda para la gran hucha de los que siguen.

A veces no somos conscientes de que quedamos en un hijo, una obra, una tarea pequeña de cualquier empresa o administración. En el ladrillo de una fábrica que será edificio firme mucho tiempo, en la venda que pusimos en aquel hospital y salvó una vida, en el juicio que ganamos para cualquiera con ansia de justicia, en el artículo de un diario que vislumbró una crisis o un aumento del salario, en la venta de un lápiz de labios que dio alas a alguien con baja autoestima, en la cama recién hecha que acogió un tremendo cansancio, en la cerezas o melocotones que recogimos para vender en el mercado, en el puchero que alimentó tanta hambre y en los cultivos que colmaron tantas necesidades.

Cualquier acto que hacemos es magia porque somos extraordinarios, mágicos en la existencia simple pero trascendente.

Instantes mágicos de nuestra vida que ahora se adentra en un nuevo verano mágico.