“Tú, que vienes a rondarme, como los nueve planetas, parece que cuando bailas llueven miles de cometas”. No hay sigilo cuando hay ganas. La velocidad es resbaladiza, casi como si llevara el ritmo de un tobogán. Es como una montaña rusa en el estómago y no avisa. Llega cuando nos volvemos a sentir como niños en calcetines blancos y zapatos limpios de domingo. Así se reciben los abrazos de los amigos, los besos a borbotones de un nuevo amor, la noticia de una nueva vida o la llamada de alguien que se distanció un continente. La verbena del verano siempre vuelve a nuestras vidas.

La magia de creer

“Tú que vienes a rondarme, amárrate a mí. Tú que vienes a rondarme, arrímate aquí”. Es el embrujo de una sola noche, tan fugaz que brillará en el firmamento de nuestro destino por siempre. Y así pasan las cosas importantes, las especiales, las indelebles como tatuajes. Tal y como vienen, se van, explotan de intensidad y ya no es posible vivir igual porque aspiramos a volver a sentir la misma chispa. “Fuentes de estrellas antiguas santiguan nuestros jaleos. Arden en llamas azules todas las voces del universo con nosotros”.

La magia de creer

“Magia negra entre tus manos, mil cabellos desbocados corren con el morro en llamas. El fuego baila y tú cantas”. Hay un miedo a perder la reacción de la pureza. Pasan los días, las semanas, los meses, los años… y nos da pavor a que la frescura y la capacidad de ruborizarnos y temblar de pura excitación se acabe secando, como la yerma tierra del pasado. “En la periferia brillante de una galaxia mediana, en medio de un mar oscuro donde flota nuestro mundo”.

La magia de creer

“En los aposentos del universo estás tú que me esperas, mi piel se llena de chispas que saben a flores y a lenguas”. No hay rutina para ella, porque siempre hay un atajo para volver a verla, está dentro de nosotros.  No importan los veranos que hayamos vivido, ella puede renacer de nuevo. Solo hay que buscarla en la profundidad de nuestra esencia. Solo hay que cerrar los ojos y sentirla. Es una y es luminosa, de estrellas y de noches de baños en el mar; de hogueras e historias que se susurran al oído.

La magia de creer

“Magia negra entre mis formas. Suben hormigas, se enraman. Romeros de sierras altas. Fresco el aire que me canta”. Cuando la localizamos, no se esconde ni se avergüenza. Brilla descarada como una manzana de caramelo de la feria. Es la magia de creer. Es junio. Es el ciclo de la magia. Es la capacidad de temblar que tienen por siempre nuestros diminutos mundos.

Texto basado en la canción «Tú que vienes a rondarme” de María Arnal y Marcel Bagés y en el poder del temblor de nuestros diminutos mundos.

 

En la periferia brillante
De una galaxia mediana
En medio de un mar oscuro
Donde flota nuestro diminuto mundo
Nuestro diminuto mundo