Corazón: el latido constante

Corazón en nuestra cultura global significa empatía, sensibilidad, misericordia, amor, ternura y tiempo que acompasa los latidos, explosión de alegría que recorre el cuerpo, tristeza que encoge y aprieta. El corazón se instala como cascada en el pecho y en todas las cosas como lugar abstracto de donde venimos y adonde vamos, buscando el agua y la sangre, buscándose para encontrarnos ciegos en la palestra de vivir.

Corazón apenas se muestra en un dibujo que simboliza amor y afectos, tan trillado y tan tópico, pero siempre eficaz de tan necesario, porque esa imagen tiene el poder de remover nuestras fibras sensibles, lo que somos, fuimos y seremos. I love + corazón + cualquier objeto directo, como exige la gramática. La publicidad ha hecho siempre su agosto y su año con un simple corazón. Pero no basta un dibujo para hablar de la suprema belleza y la imprescindible importancia del corazón, que todo lo guía y lo traza, incluso la frontera entre la vida y la muerte.

Amor en el Hammam, por Ben Clark

“Esto que tocas es mi cuerpo.”
Juan Antonio González-Iglesias

I
(baños de luz)
Porque el agua no baña nuestros cuerpos,
no,
lo hace la luz antigua de los siglos
húmedos,
los siglos de azahar que laten, lentos,
dentro
de las gotas de agua que, insisto,
no bañan nuestros cuerpos.

La banda sonora de las emociones

Se ha retirado el músico italiano Ennio Morricone a sus 91 años, tras más de sesenta de carrera, con una gira de conciertos en España y otros países europeos. Dice adiós sin despedirse, porque ya es inmortal y no se concibe su ausencia. Aunque ya no estará en teatros y auditorios de todo el mundo, las composiciones de Morricone sonarán durante mucho tiempo como la banda sonora de nuestras emociones.

Chocolate, el néctar de los dioses

En polvo, a la taza, caliente sobre nube de nata, helado, cobertura de pasteles, surtido de bombones y trufas, en tartas de postre, negrísimo, con leche, amargo, muy dulce… absolutamente maravilloso, aroma que despierta los sentidos, sueño de la infancia que perdura y continúa hasta que se llega a muy viejo. Quién no es fiel cautivo del paraíso del chocolate.

Roald Dahl fue el autor del libro infantil Charlie y la fábrica de chocolate (1964), luego llevada al cine en 2005 por Tim Burton. En homenaje al escritor se celebra cada 13 de septiembre el Día Internacional del Chocolate, coincidiendo con la fecha de su nacimiento. En realidad, un día del calendario no basta; reivindicamos la gloria de festejar el chocolate todos los días, pero, con cuidado, porque puede ser una bomba calórica de grasa y azúcar.

Septiembre: final del verano

“El final del verano llegó y tú partirás”, cantaba el Dúo Dinámico en los sesenta. Nos suenan esa música y esa letra. Aunque las temperaturas veraniegas según en qué ciudades se prologuen hasta octubre y noviembre, septiembre clausura este estío, tal y como lo concebimos en nuestro país: meses de vacaciones, de viajes y fiestas, de descanso y programas contra la rutina o el estrés. Por lo tanto, fin de muchos romances fugaces en los paseos o en las playa, fin de las olas acariciando los cuerpos, fin de las acampadas durmiendo bajo el cielo claro, fin de los ventiladores y aire acondicionado, cese del dolce far niente. No del todo, claro. Hay quienes viven instalados en esa burbuja de no hacer nada, mientras los demás se conforman con el fin de semana o esperan hasta las vacaciones.

Septiembre inaugura el nuevo curso en centros de trabajo y de enseñanza. Y hasta los decretos del Gobierno. Septiembre vuelve a imponer la prisa entre una tarea y la siguiente, activa muchos planes, interrumpe lo que parecía un eterno buen tiempo. Pero septiembre también llega repleto de secretos, información, celebraciones y vida disponible para jugar a vivirla.

La belleza: de lo sublime a la intimidad

Si leemos Historia de la belleza de Umberto Eco, en la que se repasa este concepto abstracto captado a través de a percepción, entendemos que la belleza ha existido siempre en la naturaleza, el arte, la música, la literatura o el cine. Ahora bien, con cánones diferentes según épocas, culturas, países e individualidades. De ahí la dificultad de estudiar la belleza desde una objetividad científica o considerándola como lo bueno o lo perfecto. Hay tantas bellezas como personas capaces de percibirlas o crearlas. Y tampoco basta el tópico de “para gustos los colores”, pues no se trata de considerar bello lo que nos gusta y feo lo que no. Hay antecedentes y valores críticos, históricos, artísticos y culturales, para un juicio.

Arde la Amazonia

Arde el pulmón verde del planeta. Arde la clorofila que nos mantiene respirando, arde la historia primigenia de nuestro mundo. ¿Y a nadie le importa? A nosotros sí. Nos importa esa extensión vegetal que guarda el cofre de los tesoros, los animales que son garantía de la evolución, el agua que fluye como el oro de nuestro siglo. Y todo arde, como si el consumo y el bienestar nos hubieran convertido en insensibles o insensatos. Arde lo que somos y creemos que no tiene que ver con cada cual. Arde la Amazonia.

Hace mucho que las cumbres políticas, la acción de las Organizaciones No Gubernamentales, la ONU y los Gobiernos dicen ocuparse del mayor problema que tenemos: cuidar nuestro planeta para seguir existiendo mil siglos más . Pero luego arde nuestro latido, nuestro oxígeno, el vergel que oxigena nuestro auténtico universo, el único donde podemos existir, y entonces sin remedio asistimos al incendio de nuestra vida, como si no nos incumbiera, como si fuera asunto de una zona de otro continente. Ardemos nosotros, nos extinguimos entre cenizas y humo, sin notar el extremo calor, porque está lejos. O eso creemos.