Estamos a punto de cerrar otro año. El torbellino de rituales navideños nos atrapa. Y danzamos bajo su batuta casi sin darnos cuenta, como hipnotizados. Es una coreografía heredada generación tras generación. Lo hacían nuestros bisabuelos, nuestros abuelos. Y nuestros padres y tíos también… Y lo hacemos nosotros con todo el amor del mundo. Pero cuando todo acaba estamos agotados, casi exhaustos. En el momento en el que seguimos con nuestras rutinas. Lo hacemos con una sonrisa. Pero también con una sospecha interna, ¿podríamos haberlo hecho de otra manera?
A veces intentamos planificar y ganar tiempo. Aunque, no nos engañemos, casi siempre acabamos corriendo de un lado hacia otro. Haciendo encajes de bolillo para conseguir llegar a todo. ¡Quién tuviera una varita mágica en estos momentos! Multitud de celebraciones con amigos y compañeros de trabajo. Reuniones familiares. Muchas compras: de lotería, de Nochebuena, de Navidad, de Reyes, de última hora…
Cocinamos sin descanso durante días para muchas personas. Menos mal que todas las conversaciones que acompañan la preparación de cada plato en la cocina. Y cada carcajada con la degustación del menú en la mesa son ingredientes que alimentan nuestra alma. Estos pequeños instantes hacen que un año más sea inolvidable. Compartir momentos con personas a las que amamos.
Los bajitos de la casa, los protagonistas absolutos
Todos hemos sido niños alguna vez. Por eso sentimos que durante estos días merece la pena sacar toda la energía y mucho más por ellos, para que de nuevo experimenten la magia que caracteriza a estas fechas y un año más se emocionen y sorprendan.
La Navidad es suya y nos parece que no puede faltar ningún detalle. Los catálogos de juguetes ya han inundado el salón. Las cartas a sus Majestades de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, saldrán a última hora en correo urgente. Hay mucho que mirar, mucho que escribir… Y las risas y la ilusión se quedan a vivir en casa durante unas semanas.
El mejor regalo es el que despierta emoción
Entonces te pones a pensar. ¿Recuerdas más los regalos que tuviste en tu infancia o los que pediste en tu carta con toda la ilusión, pero nunca te llegaron a regalar? Si lo comparas con los instantes y experiencias que has compartido con tus padres, hermanos, familia y amigos, ¿qué es lo que hace que una sonrisa se dibuje en tu rostro? ¿Las experiencias o los cacharros?
A veces nos gustaría meter en un tarro la esencia de esas experiencias que vivimos siendo niños y pasados los años abrirlo y volver a sentirlas como si estuviésemos allí. Sentir el sabor a tarta de manzana de la yaya con aquellas visitas al pueblo donde vivían los abuelos en Nochebuena; el olor a salitre de aquella tarde que fuisteis a la playa a volar cometas y el recuerdo del cielo de colores; el frío que hacía aquel día 25 que hicisteis una excursión al campo y acabasteis cogiendo setas para la cena y descubriendo un rebaño de ovejas; los graciosos grititos de los simpáticos delfines que nadaron alrededor de vuestro barco en aquel viaje que hicisteis por el mar…
No hay un precio ni un regalo específico para comprar la felicidad. En estas y otras fechas no queremos que se nos escape ningún detalle y lo hacemos todo porque a nuestros hijos no les falte de nada. Los juguetes que podrán disfrutar solo unos días más después de Reyes hasta que comience la rutina de madrugones para ir a clase y tardes repletas de deberes y estudios encienden la chispa de la ilusión y la magia de la Navidad. Pero los mejores regalos son los que se adhieren a nuestra historia en forma de sensaciones y recuerdos. En Hammam Al Ándalus sabemos que los mejores regalos son los que despiertan emoción, por eso esta Navidad regalemos momentos a nuestros seres queridos. Los momentos no se desgastan, nunca se rompen y son para toda la vida.