“Sigan ustedes sabiendo que, más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Eso dijo el presidente de Chile, Salvador Allende, en su último discurso radiofónico mientras bombardeaban la Casa de la Moneda para destituirlo e instaurar una dictadura el 11 de septiembre de 1973. Y lo consiguieron.

Sepan pues, ustedes, que se abrirán las calles, todos sus rincones y toda su alegría para que pasemos los hombres libres, una vez que hayamos sobrevivido a la catástrofe, de eso no hay duda. Aunque estemos confinados ahora y el futuro parezca lejano, todas las puertas se abrirán para que sigamos la vida en libertad, esfuerzo y compañía. Ni un virus ni el desánimo podrán vencernos.

Dónde estará mi calle, mi paseo marítimo, mi parque, mi bar de tapas, mi plaza, mi terraza favorita donde tomar la cervecita, mi playa, mis tiendas… Cada día nos preguntamos por las pérdidas. Dónde mi desayuno entre amigos o compañeros, dónde.

Pues, aunque parezca increíble, la calle sigue ahí y seguirá todo igual o casi cuando regresemos a ella.

La nostalgia, la inquietud, el miedo y el dolor nos acosan estos días, como si no hubiera mañana. Pero mañana va naciendo cada mañana, y nada detiene el curso de mañana. Mañana llegará.

Hay nostalgia del beso y del abrazo, pero llegará más temprano que tarde.

Hay nostalgia del ruido de los coches, de los niños en los parques o a la salida de la escuela.

No sabíamos que la calle y los encuentros fueran tan esenciales, que el paseo y la amistad nos hacían libres y humanos. No sabíamos del poder del exterior hasta este momento en que lo imposible se ha vuelto deseo y necesidad, recuerdo y anhelo.

Cuando la calle vuelva a nuestra vida, no olvidemos saludar a los vecinos, agradecer a los camareros, cuidar el entorno, usar las papeleras, más temprano que tarde.

Cuando la calle sea camino transitable, no olvidemos respetar a los basureros y barrenderos, a los que limpian los residuos que dejamos, más temprano que tarde.

Cuando la calle sea nuestra, no olvidemos el infinito servicio que nos brindan todos los que trabajan en ella: el vendedor ambulante, el limpiacristales, el albañil, el tendero, el kiosquero, el que subsana los baches, el que riega y mantiene los jardines, tantos trabajadores que contribuyen al bienestar.

Cuando la calle sea otra vez nuestro jardín, no olvidemos disfrutarla y amarla, más temprano que tarde.

Cuando la calle permita la tertulia y quedar, quedemos para charlar cuanto antes, no olvidemos que somos unos con otros, o nada somos.

Cuando la calle se abra, no olvidemos que ese bar o restaurante por fin abiertos están ahí para servirnos.

Más temprano que tarde, no olvidemos quiénes somos en clausura, quiénes fuimos antes y quiénes seremos cuanto todo vuelva a la normalidad.

Entonces, volveremos al agua, al viento, a la brisa, al sol, a la sombra, al amanecer del trabajo y al atardecer del encuentro, más temprano que tarde.