Pensamos en clave de invierno. Descubrimos lo que apenas merece atención y sin embargo merece toda la atención. Qué hacen las manos: mil cosas cotidianas y extraordinarias: gestualizar mientras dialogamos, practicar la comunicación no verbal y no consciente (Flora Davis, una joya de ensayo para conocernos), expresar sentimientos, acariciar, apretar en los abrazos, cocinar los alimentos, teclear móviles y portátiles, tocar música, preparar recetas, tomar el pulso a la fiebre, palpar la madurez de un fruto, rozar las mejillas, el pelo o los labios, sujetar o impedir una caída, sembrar plantas, limpiar las superficies y los rincones, organizar los ladrillos y los cimientos, decorar los espacios habitables, sanar las heridas, servir las copas, escribir en la pizarra los quebrados y ecuaciones, señalar direcciones, cambiar pañales de bebés, inyectar el medicamento, maquillar las ojeras, pintar los labios, peinar los cabellos, extraer los minerales, regar las flores y los arbustos, tejer prendas de abrigo, bordar motivos, dibujar escenas de animación, pintar el arte clásico o de vanguardia, hacer esculturas, enviar mensajes a través de las redes, dar placer, aliviar las tensiones del otro. Y mucho más.
¿Por qué febrero para celebrar el amor? El 14 de este mes es San Valentín. Merece la pena revisar este concepto para conocer su evolución hasta nuestros días. Desde la fiesta pagana de los romanos dedicada a la fertilidad hemos devenido en una fiesta católica. La esencia no cambia tanto, solo mudan sus símbolos y su significado, la conducta y la libertad.
Para el comercio, es día señalado para vender productos desde semanas antes: perfumes, joyas, ropa, caprichos, bombones. Y más, siempre más. Para nosotros, tal vez sea presente para reflexionar sobre el concepto del amor y sobre nuestra compañía, en la que encontramos acaso algo parecido al amor. O tal vez amor de verdad. Regalo de vida y futuro.
Lo único seguro de la naturaleza, y de nosotros como una parte importante de ella, es el cambio. Las estaciones se suceden cambiando los paisajes, las temperaturas, los objetivos, los hogares, las calles, los comercios. Todo.
Por eso proponemos vivir las estaciones inmersos en sus características y elementos, modificándonos y adaptándonos a su significado, porque también somos criaturas de la naturaleza, en la que forjamos nuestra identidad desde el origen primero, que es el agua. Así podemos vivir las estaciones, viviéndonos al ritmo que ellas tocan su música.
En invierno nos ocupamos de combatir el frío con ropa de abrigo, bufandas, gorros, estufas y chimeneas que encienden soles de calor para combatir la escasa temperatura, tan por debajo de la de nuestro cuerpo. El frío acecha y también ilumina porque nos conduce a la búsqueda del calor.
En invierno queremos mantas y edredones, calefactores en el interior y en las terrazas de los bares, guantes de lana, prendas de cuero o de piel artificial. Se trata de sobrevivir al frío sin perder la rutina de nuestras tareas y nuestro ocio. El frío es un gigante con pies de barro que se puede vencer, como al ogro de los cuentos.
En París, sin ir muy lejos y en las ciudades de España, más cerca todavía, cualquier terraza cubierta invita a la tertulia. Albergados por la calefacción reímos y debatimos, nos hacemos confidencias y agradecemos la compañía.
Feliz 2020, proclamamos, pero por qué y para qué. Tanta felicitación no debe ser en vano. Felicitamos un año, pero sobre todo celebramos un espíritu para no ceder ni un palmo en nuestro futuro.
Pensemos bajo el signo de los sueños. Vida nueva, año nuevo, proyectos por concretar, hijos y nietos por nacer.
Pensemos con el aura y la luz de un auténtico sueño, que todos tenemos, porque vivimos de esperanza y de sueños posibles. Pensar un sueño y soñar un pensamiento.
No estamos locos, sabemos lo que queremos. Y sabemos imaginar más allá de la lógica y de las necesidades. Con los pies en la tierra, soñamos y hacemos cada día un camino hacia lo que imaginamos como necesario para ser feliz.
La sabiduría pudiera considerarse como virtud exquisita que algunos pocos han adquirido y por eso destacan en distintas disciplinas: ciencia, política, filosofía. Los grandes sabios de las ciencias y las humanidades escriben libros, proponen teorías, desvelan descubrimientos, resultan premiados, reconocidos y seguidos en nuestra cultura por méritos propios. Casi todos han cambiando el rumbo de la historia, han mejorado las condiciones de vida y pretenden nuestra supervivencia de hombres en un planeta privilegiado. Pero la sabiduría se reconoce no solo en las grandes obras, sino en lo que cada cual aporta al mundo, todos los hombres como hormigas contribuyendo al progreso.
¿No es sabiduría la de ese labrador que reconoce la fertilidad de su tierra, el riego que necesita cada cultivo, el tiempo de maduración de cada fruto? ¿No es sabiduría la de esa madre que distingue los llantos y conoce qué alimentación necesita su hijo? ¿No es sabiduría la de cualquier empleado que conoce los plazos y horarios, el funcionamiento de su ordenador y sus programas, las herramientas de su trabajo, los ingredientes que aderezan su producto?
Schehrazada, la relatora de las historias más famosas de todo oriente, Las mil y una noches. Prosiguió cuando cayó la noche 885 con el relato del macho cabrío. Esposo de la tercera y más joven princesa. Que desapareció por completo al faltar esta a su promesa de guardar su identidad humana. La mujer quedó desolada y triste. Y todo aquel que intentaba animarla recibía una respuesta por su parte. «Es inútil; soy la más infortunada entre las criaturas, y moriré de pena indudablemente».