Cuando muy joven, Álvaro García (Málaga, 1965) comenzó su trayectoria poética, apuntaba el trazo de un camino, los primeros metros de un recorrido que todavía continúa y se eleva con paso firme. Entonces no se sabía ni podía saberse con certeza que con el tiempo sería una de los poetas más valorados y premiados del panorama de la poesía en español, pues sus primeros libros tenían aciertos, hallazgos, quizá no un gran brillo lingüístico, aunque sí una voz personal.

Poeta, traductor, novelista y ensayista, desde 1989, año en que aparece su primer libro La noche junto al álbum (premio Hiperión) no ha dejado de entregar poemarios a su editorial Pre-Textos: Intemperie (1995),  Para lo que no existe (1999), Caída (2000),  El río de agua (2005), El ciclo de la evaporación (2016) y la narración El tenista argentino (2018, Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro). Su obra más valorada, por la que recibió el premio Internacional de Poesía Fundación Loewe es Canción en blanco (Visor, 2012). Además, es autor del ensayo Poesía sin estatua. Ser y no ser en poética (2005), también en Pre-Textos, y de varias traducciones de poetas británicos.

Como se ha dicho, no había seguridad de la deriva entre tantos poetas incipientes que nacían bajo el signo de la llamada poesía de la experiencia, en esos años una tendencia hegemónica en España, que fueron desarrollado su estilo y su voz hasta elevarse por encima de corrientes para enarbolar su propia bandera, la del creador inyectado del suero alimenticio de mil otros que pudiera gestar su propia voz.

Álvaro García ha evolucionado, al amparo de sus influencias británicas y de algunos referentes de la poesía hispana, y ha sabido crearse un mundo lírico al margen de tendencias. Sus temas se despliegan en versos: Memoria, infancia, amor y desamor, trascendencia del yo, un toque de existencialismo, reflexión sobre la tarea de crear, las contradicciones propias de ser humano al filo de la superficie extensa que configura el hecho de vivir. El autor navega entre el realismo y la metafísica, entre el cuestionamiento y la existencia incierta y fugaz, en la que Álvaro necesita su particular sacapuntas que lime ese lapicero limpio y sin aristas, capaz de escribir sin grumos, hiriendo el papel como hiere la vida. Y aquí un ejemplo:

“Amar nos une a algo
mientras brilla
la luna inatendida por el mundo,
el orden de los gatos por las tapias”.

En Canción en blanco transita la intimidad y el amor desde una autoimposición reflexiva, panteísta e integradora. Todo es amor, pero cuestionando desde la conciencia el todo, lo mínimo y el amor.  Como dice la crítica literaria Ainhoa Sáenz de Zaitegui, “el continuum poeticum de Álvaro nos levanta del suelo, nos lleva a sitios. A nosotros mismos, a lo que hay de universal y eterno en lo que somos”.

Luis Antonio de Villena, en su labor de antólogo, habla de él en estos términos. Dentro de la poesía que considera metafísica, ve en García “el empeño de construir –en una pieza o en fragmentos- el gran poema intelectual”.