“Y volver, volver, volver… a tus brazos otra vez”, esa ranchera que cantaba Vicente Fernández, compuesta por el mexicano Fernando Maldonado: https://www.youtube.com/watch?v=ugNQ5uIN09Q. Claro, era esto, volver a los brazos del agua quieta, caliente, fría, templada, en vapor, acariciándome manos que relajan e insuflan vitalidad. La paz, el equilibrio. No se trata de un juego, un lujo o un capricho, una experiencia turística, un sueño que se cumple una vez y no más. El agua y las termas no son flor de un día, sino costumbre, tradición, encuentro con el yo, necesidad personal de hallazgo con la naturaleza y elevación del espíritu. Debo volver volver al Hammam cuando lo necesito, cuando el tiempo acucia y acecha con su estrés y sus obligaciones, cuando la existencia pesa y las preocupaciones me dominan, cuando se presenta la sequía física o intelectual. Volver será la meta a la que llegar y desde la que continuar este largo camino hacia el interior.

A veces nos decimos no puedo más. Cuántas veces, pregúntate, que tu mente dice no puedo más. Porque tu cuerpo clama por un descanso, la mente te propone una tregua, una conversación entre tú y la existencia para establecer una línea programática que emplace a convivir con toda adversidad. ¿Vas a dar la espalda al clamor de tu cuerpo y tu alma?

Menudo rollo pseuodopsicológico y peor chantaje le hace el cuerpo al cerebro. Pero tal vez lo hace por nuestro bien, por nuestra alegría de seguir vivos y activos. Cuando el cuerpo pide y solloza, trátalo como al bebé que necesita cuidado y comprensión. Niños al fin y hasta el fin.

Entre obligaciones, trabajo y desplazamientos, la identidad deriva hacia el caos vital que nos circunda. Pensar es difícil, programar un día cualquiera es más difícil todavía, resistir la presión se presenta como labor titánica a menudo.

Y si no podemos más, urge encontrar un remanso de paz o de encuentro o de silencio. Volver y volver. Algunos optan por perderse en la montaña, otros se encierran en su hogar y hay quienes viajan muy lejos para trasladarse al olvido o quienes se sumergen en el ruido de su entorno para soportar el entorno. Valen muchas vías para aliviarnos y asumirnos y son válidas si funcionan.

Menudo rollo y además sermón nos monta el estrés, con sus reclamaciones. Pero tal vez hay que escuchar la furia del desasosiego. A ver si tiene razón y podemos remontar hacia la calma.

El silencio de la felicidad, por Elvira Lindo

Desde aquí, proponemos un ejercicio sencillo, en la ciudad, al alcance de casi todos. Venir al Hammam como experiencia constante, cada vez que las neuronas dicen basta. Porque lo necesitamos. Sin reservas de vuelos más hotel, sin que nuestra tarjeta tiemble por el gasto, sin que los contratiempos alteren la rutina y el ocio. Solo venir, descansar y comulgar con el agua después de un paseo, un despertar, una comida, a cualquier hora.

Este es el momento para recuperarnos. Y está a un paso del corazón. Ganar tiempo de espera, de inmersión en la vida, que ya no puede más esfuerzo y nos sumerge en la esperanza. Volver.