Hace un año o dos o tres vivíamos en toda España el esplendor de mayo desde el mismo día 1, festivo, ocasión para reivindicar derechos, defensa y homenaje a todo trabajador que hace posible la dinámica del mundo en que crecemos.
Luego, en ciudades como Córdoba, llegaban las Cruces de Mayo, esa manifestación de las flores en cada plaza cordobesa. Después, por estos días, se abrían los patios, cuidados durante todo el año para vestirse de gala ante el público durante un par de semanas, compitiendo entre ellos por representar el logro del amor a la cultura popular y la capacidad del pueblo para cuidar hogares. Ciudadanos y turistas paseaban con el buen tiempo transitando de patio en patio, de belleza en belleza, parándose a tomar una tapas, unos vinos, en cualquiera de los cientos de tabernas de una ciudad entregada a su pasado y su presente.
Hacia final de mayo llegaban la feria y los helados a Córdoba, y en muchos municipios nacionales se iniciaban las fiestas primaverales y luego las de verano. Pura celebración de la alegría.
Este año, sin embargo, Córdoba está de luto, despidiendo a su primer alcalde la democracia. Ni patios ni cruces ni feria ni Hammam. Todo ha sido comenzar la apertura de las calles con esta pérdida singular, la de Julio Anguita, un político tan honesto como lúcido, que desmintió con su ética y su conducta esa creencia de tantos que afirma que todos los políticos son iguales. No es verdad. Dejó ejemplo. Renunció a su pensión de diputado, volvió a sus clases de profesor después de renunciar al escaño. Y ha muerto sin más riqueza que el afecto que labró en tantos que le admiran.
Hace apenas unos meses, la gloria cercana y posible se hallaba en tomarse un merecido descanso en el Hammam de Córdoba, de Málaga, de Granada o Madrid, para rematar un viaje o para sumergirse en las aguas benéficas de la ciudad propia. Para encontrarse en el silencio. Para soñar tradiciones antiguas. Para mimar el cuerpo hasta alcanzar el alma.
Hace muy poco tiempo, los residentes en las costas, esperábamos la primavera para comenzar a tomar el sol en las playas. También era el momento de llenar las piscinas.
Hace nada, nuestra mayor preocupación no era un virus ni la muerte posible, sino cumplir en el trabajo, disfrutar el ocio, planear viajes, elegir destino de vacaciones, hacer un último esfuerzo para que nuestros niños pasaran de curso y aprendieran los conocimientos que tal vez los lleve a la cima del éxito.
También nos quitaba el sueño perseguir una vida sana, hacer deporte, alimentarnos con criterio, hacer dieta, terminar algunos proyectos mientras imaginábamos otros.
Tenemos recuerdos y todavía estamos vivos para ir a la búsqueda de los deseos.
Volverán las aguas. Volverá el Hammam abriendo sus secretos. Volverán las fiestas y la alegría callejera. Somos un pueblo que no se entiende sin su actividad en exteriores.
La memoria nos hace libres porque nos obliga a perseguir el sueño de volver a tener lo que más amamos.