Así lo dejó escrito Gustavo Adolfo Bécquer, como verso de anhelo y plenitud que pudiera ofrecerle la persona amada, dispuesto a ofrecer al menos desde la poesía lo más inalcanzable a cambio de esa curva en unos labios queridos.

Sonreímos por placer, por ternura, por diversión, por agradar, por contemporizar con los otros, con intención de ganar algo que se desea. Y además no pocas veces para mostrar afecto, para mostrar complicidad y empatía, para dialogar con el espíritu de los demás. El encanto de una sonrisa supone un oasis tras muchos días de sed. Nunca la felicidad tuvo una imagen tan prodigiosa como la sonrisa de un bebé, tan sorpresiva por temprana; de un niño, de cualquier joven con esperanza, de cualquier anciano satisfecho, de cualquier mujer que pisa fuerte y de cualquier ser humano sin temores.

La sonrisa también puede manifestarse falsa y convencional, de mero compromiso, para salir del paso, para ocultar otras emociones menos benevolentes. O bien se exhibe como excusa, como ironía o sarcasmo, incluso como maldad encubierta. Se distinguen así varios tipos de sonrisa y de forma intuitiva las reconocemos.

En el lenguaje de la comunicación no verbal, la sonrisa es un instrumento eficaz y un arma poderosa que provoca confianza entre las personas y tiene beneficios inmediatos: ofrece mayor credibilidad, conlleva cierto efecto contagio, mejora el intercambio de ideas y afectos, mejora el aspecto de quien la practica, ayuda a conseguir los logros que se persiguen e interpela para que el interlocutor sea más receptivo. Y sin duda tiene fines terapéuticos para todos los sonrientes, que activan su sistema psico-neuronal para el bienestar y el optimismo.

A partir de una idea de Harvey Ball, artista comercial, para festejar la sonrisa cada primer viernes de cada octubre, el Día Mundial de la Sonrisa viene a poner de manifiesto la necesidad cómplice de sonreír y mostrar alegría y amabilidad. Este año: el día 4 de este mes, para el que proponemos desde el Hammam el sencillo ejercicio de sonreír para comprobar sus efectos y su capacidad para hacernos sentir mejor. Si funciona, ya es cuestión de practicar el resto de los días del año.

Pero hay más, la sonrisa es terapéutica y un signo de inteligencia emocional, imprescindible para la comunicación verbal, porque la apoya, y no verbal, porque genera otras informaciones no explícitas.

Proponemos un ejercicio sencillo: sonreír a los miembros de la familia, a los compañeros, a los amigos. Sonreír de verdad porque están cerca y alivian la soledad de cada individualidad. Sonreír sin compromiso, pero comprometidos con nosotros y el entorno. Ante los reveses, tal vez sonreír. Ante los días pésimos, probemos muchas sonrisas.

Ante nuestra sonrisa, seguro que se ablanda la dureza vital que erosiona a los demás, que nos maltrata incluso a nosotros mismos: “Por una sonrisa, un cielo/; por un beso, yo no sé/ que te diera por un beso”. Sonreírnos, besarnos.