Vivos, pero también con la energía vital y la esperanza suficientes para contemplar un horizonte de proyectos. La vida es proyecto o no es nada. La vida es camino o es calle cortada. Vivos, pero activos en las tareas, cuidándonos, cuidando de los otros, en alerta siempre para batallar contra lo que nos mata. Vivos, pero no inconscientes ni paralizados ni vegetales, sino abiertos al aprendizaje, a los contactos y a las emociones.

Si tenemos esta vida como regalo, hay que cultivar la vida como un jardín particular y un gran parque para todos.

Hablamos de vitalidad como quien habla de corretear por el mundo sin responsabilidad. Y no es así. Si queremos ser vitales, debemos cuidar todo aquello que contribuye a la calidad de vida: la mejor alimentación, el ejercicio, la salud mental, los momentos de relax, la comunicación con los demás y sobre todo con nosotros mismos, la atención al cuerpo que nos sostiene, el planeta que nos alberga. El mundo que conocemos: hogar que necesita reparaciones, grifos, bombillas, un cojín para apoyar el cansancio y una ventana para mirar las nubes.

Valientes y prudentes, despiertos y serenos, seremos vitales para nosotros y para el mundo. No basta con tomar complejos vitamínicos, aguas salobres de mar, ginseng en cápsulas, cafeína de cada mañana al despertar, estimulantes naturales, balnearios que ayudan a mejorar los huesos y nuestra piel.

Claro está que debemos buscar y encontrar los tesoros que generan el bienestar personal, pero no solo en los asuntos privados, sino en lo colectivo que nos concierne.

Hay una labor íntima, necesaria, pero también hay otra en común: la que hacemos con otros y por los otros para conservar el inmenso edén que nos cobija.

Hace unos días, desde el 21 de septiembre, ha tenido lugar la cumbre sobre la Acción Climática en Nueva York, que va a intentar que los gobiernos del mundo tomen medidas serias, pero hace falta voluntad muy grande.

Vivimos en un sistema en el que permitimos la energía de centrales nucleares, cuando tenemos un sol que ofrece todos los rayos necesarios para la energía limpia y no peligrosa, como tenemos un viento perpetuo  y el agua que guía y fortalece y acuna nuestra vitalidad.

Vivimos en un sistema en el que prima la energía petrolífera, cuando tenemos otros mil recursos para alimentar nuestras casas, nuestros coches y nuestras fábricas.

Es ahora, ya no hay demora. Resulta urgente tomar decisiones para proteger nuestro hábitat de los horrores de nuestra mano, de nuestra propia irresponsabilidad.

Pues la vitalidad depende del agua mundial, del verde planetario, de la limpieza del universo, de la calidad de la atmósfera, de que los pájaros sigan haciendo sus nidos.

Así, con un grano de arena que cada cual aporta, prepararemos extensiones de playas infinitas para el porvenir futuro. Se trata de un legado que dejaremos a los nietos, a los jóvenes que vendrán. Significa el espacio interminable entre vivir y morir. O sea, vitalidad para el yo y vitalidad para todos los demás.