Mayo abre sus puertas y ventanas. No todavía de par en par. Pero las abre sin límite a los campos y la atmósfera, a los prados y las flores, a la calle vigilada, con horarios estrictos por tramos de edad. Las abre  con mucho cuidado a los niños, a los mayores y a todos ciudadanos. Mayo permite entornar las puertas en este confinamiento, abrir de puntillas la salida al mundo, con prudencia pero con el valor de un mes que siempre nos regala el amor por el entorno y los otros. Habrá que acostumbrarse a este nuevo sistema transitorio, que nos empuja a vivir pero cuidándonos.

Si evocamos aquellos mayos abiertos: las cruces, los patios de Córdoba, las manifestaciones del 1 de mayo, la invitación a las playas en la costa, la apertura de piscinas públicas, el esplendor de las terrazas de bares o la eclosión de las flores, sufriremos un ataque de nostalgia.

Ni siquiera apreciábamos entonces tanta maravilla porque era lo normal, lo de siempre, lo que imponía el calendario y tomábamos sin preguntarnos si siempre sería igual. Cualquier paseo era rutina.

Niños ingenuos nosotros frente al infierno que acechaba desde alguna trinchera para cambiar los hábitos.

Ahora sí que hemos comprendido que nada es tan banal y que aquello era un regalo. Ya sin fiestas, sin celebraciones ni protestas, mayo levanta su persiana a medias.

Desde el hammam apostamos por la esperanza. Mayo no será este año aquella gloria primaveral, pero ofrece posibilidades para vivir disfrutando y esperar.

Por fin los niños juegan en la calle, su musicalidad ha vuelto. Por fin podemos caminar, hacer ejercicio, disfrutar de la brisa, del perfume a flores recientes en los parques y de arbustos o árboles aromáticos que destilan su savia. Por fin los aromas de la primavera. Por fin un atisbo de alegría y de futuro nos embarga en cualquier rincón del planeta.

No olvidamos a los muertos, los enfermos, los contagiados, pero no tenemos más remedio que celebrar las recuperaciones y la alegría de mayo, el mes de más gran esplendor primaveral en Occidente.

Los pájaros, que no saben de pandemias, vuelan sin rumbo y salen a cantar como si nada, también emigran sin pasaporte ni fronteras ni decretos.

Los árboles, que ignoran la existencia de los virus, comienzan sus floraciones y alimentan sus frutos: melocotones, cerezas, ciruelas, higos, nectarinas, además de melones y sandías del terreno, que pronto se exhibirán en los mercados.

Las nubes, que solo entienden de vapor y agua, de calentamiento y frío, van retirándose del cielo para dejarlo despejado.

Los adolescentes, a su ritmo, notan cambiar su cuerpo y sus pulsiones, al margen de toda enfermedad. ¿Quién o qué puede quitarles las ganas de vivir cada minuto como si fuera el último?

Ya está mayo abriendo puertas, porque no es posible retener ni gobernar la fuerza de la naturaleza, que deshiela y florece, que se precipita en colores y vida.

De nosotros depende seguir viviendo por turnos, pero al fin en la primavera más bella que pueda regalar el mundo en que vivimos.