Pues, aunque parezca una broma, hay pequeños grupos de personas que aman las croquetas y que se interrelacionan para comerlas, cocinarlas o intercambiar recetas. Existen blogs, libros, páginas web y empresas dedicadas a hacerlas a gran escala. Desconfíe casi siempre de las llamadas croquetas caseras de los restaurantes: suelen ser  falsas. No decimos malas, pero sí industriales. Tal vez pueden encontrarse caseras en restaurantes de pueblo o en algunos de lujo, que estos tienen en su carta algunas distintivas o menos frecuentes como las de boletus y las de diferentes quesos.

Si desea pertenecer al club de las croquetas, prepárelas usted mismo. Si desea comer las auténticas tiene dos opciones: aprender a hacerlas, que no cuesta nada, o pedírselas con amor a su madre o a su abuela, porque ellas han sido las mejores cocineras de croquetas durante generaciones. Cada vez se preparan menos, se pierde la tradición, pero al menos inténtelo.

Ahora que tenemos mucho tiempo en casa, con motivo del estado de alarma por el coronavirus, no hay excusa para no dedicar una tarde a realizar este bendito manjar, porque exige tiempo, eso seguro, no tanto para hacer la masa como para rebozarlas en huevo y pan rallado. Un truco para que salgan más o menos uniformes es tomar cada porción entre dos cucharillas de postre o de café para ir amasándolas. Además, resulta mucho más limpio y rápido. Sin embargo, con las manos también se obtiene un excelente resultado.

Las de mayor éxito son las clásicas, las que la mayoría de la gente disfruta: de carne de puchero o cocido, de pollo o de jamón. No se pueden resistir.

Ahora bien, para los vegetarianos están exquisitas las de espinacas, las de setas y champiñones, las de queso y de verduras (casi todas las verduras son aptas para añadirlas a la bechamel). Hasta de tofu se hacen.

Pero en realidad casi cualquier alimento, sobre todo sobrante o listo para ser reciclado, permite preparar croquetas maravillosas: de pescado, de marisco, de rabo de toro, de jamón cocido, de foie, de bacon, de morcilla, de chorizo, de mortadela, de arroz, de atún, de bacalao o de patata.

Lo bueno de ponerse manos a la obra preparando croquetas es que se puede y conviene hacer muchas, ya puestos, y congelarlas para ir sacando según apetezcan en semanas posteriores, como aperitivo o como primer o segundo plato acompañado por ensalada por ejemplo.

No negamos aquí el origen de la croqueta, Francia, de ahí su nombre que dimana de término francés croquette. No obstante, la croqueta española supone el resultado de una adaptación casera singular y maravillosa, que se ha centrado en el mestizaje entre la bechamel gala y un acervo gastronómico muy nacional y al mismo tiempo muy  mediterráneo, utilizando productos como el jamón, las sobras de cocido, el pollo o el rabo de toro.

En todo el mundo hay variantes (desde Japón a Argentina), pero las nuestras destacan por su perfecta combinación entre el exterior crujiente y el interior suave y lleno de sabores locales.