Hoy, aquí, en este instante, con los ojos cerrados, sumergido en el líquido amniótico
del Hammam perfumado, la claridad debajo de mis párpados que, como bien dijo Claudio, viene siempre del cielo traspasando los óculos estrellados de la bóveda, me doy cuenta.
Lo sé de esa manera explosiva y sencilla en la que algunas veces
nos damos cuenta de que estamos vivos: esta es la misma agua, esta es todas las aguas.
Es el agua que bebió mi madre y que dio origen a aquel líquido cerrado y primigenio
en el que buceaba durante los primeros meses de mi vida.