“Morir, dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo; pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno ya libres del agobio terrenal, es una consideración que frena el juicio”, decía el personaje Hamlet (Shakespeare, 1599-1601).
Soñar es el primer y último refugio del ser humano. Tan necesarios los sueños como el agua que nos hidrata y el pan que nos nutre, tan imprescindibles los sueños para el desarrollo íntimo de perspectivas y esfuerzo que sin sueños nos quedaríamos convertidos en objetos inanimados, acaso minerales, incapaces en la dinámica de movernos en la búsqueda, sin impulso esos motores que mueven el mundo: ambición, arte, futuro, amor, descendencia, ganas de echarle un pulso al tiempo y retarlo para que nos venza.