En este octubre otoñal, nos acompaña la escritura de una poetisa cordobesa que vive en Barcelona, y ha sabido convivir con dos geografías, dos lenguas y varios trabajos, pero mirándose hacia adentro y mirándolo todo de otra manera, a través de su obra poética. Concha García nació en un pueblo de Córdoba, pero tiene la amplitud de una mirada desde la gran ciudad o más bien desde el mundo. Lo hace a partir de pequeñas anécdotas o indagando en lo inasible de una realidad fragmentada que puede descubrir realidades íntimas y sociales que no son evidentes.
“Esto que tocas es mi cuerpo.”
Juan Antonio González-Iglesias
I
(baños de luz)
Porque el agua no baña nuestros cuerpos,
no,
lo hace la luz antigua de los siglos
húmedos,
los siglos de azahar que laten, lentos,
dentro
de las gotas de agua que, insisto,
no bañan nuestros cuerpos.
Si leemos Historia de la belleza de Umberto Eco, en la que se repasa este concepto abstracto captado a través de a percepción, entendemos que la belleza ha existido siempre en la naturaleza, el arte, la música, la literatura o el cine. Ahora bien, con cánones diferentes según épocas, culturas, países e individualidades. De ahí la dificultad de estudiar la belleza desde una objetividad científica o considerándola como lo bueno o lo perfecto. Hay tantas bellezas como personas capaces de percibirlas o crearlas. Y tampoco basta el tópico de “para gustos los colores”, pues no se trata de considerar bello lo que nos gusta y feo lo que no. Hay antecedentes y valores críticos, históricos, artísticos y culturales, para un juicio.
Contar emociones como sencillos cuentos que todos quieren aprender, con un lenguaje realista que sin embargo asume la magia y el temblor de la lírica. Es decir, contar y cantar, queriendo querer. Así es la poesía de Ben Clark (Ibiza, 1984), un escritor y traductor de origen británico que vive en Málaga, cerca de las playas de El Palo y que ha conseguido dedicarse plenamente a la literatura, comenzando a escribir muy joven. Con solo veintidós años obtuvo el Premio de Poesía Hiperión con un vistoso poemario titulado Los hijos de los hijos de la ira, en referencia a una generación hippy, de la que él mismo es vástago.
Así, desde su propia identidad hasta la sublimación de las ideas y la exposición de un mundo en crisis, al que hay que pasar revista para rescatar lo verdaderamente importante, lo que nos hace humanos, Clark destila poemas en un alarde contenido y capaz de trascender los sentimientos y las relaciones, siempre desde un punto de vista muy contemporáneo.
“Morir, dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo; pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno ya libres del agobio terrenal, es una consideración que frena el juicio”, decía el personaje Hamlet (Shakespeare, 1599-1601).
Soñar es el primer y último refugio del ser humano. Tan necesarios los sueños como el agua que nos hidrata y el pan que nos nutre, tan imprescindibles los sueños para el desarrollo íntimo de perspectivas y esfuerzo que sin sueños nos quedaríamos convertidos en objetos inanimados, acaso minerales, incapaces en la dinámica de movernos en la búsqueda, sin impulso esos motores que mueven el mundo: ambición, arte, futuro, amor, descendencia, ganas de echarle un pulso al tiempo y retarlo para que nos venza.
Ven conmigo al hammam:
hay luz de cielo encima de esta agua
y dejo que mi espíritu esté en mi cuerpo y fuera.
Cuando muy joven, Álvaro García (Málaga, 1965) comenzó su trayectoria poética, apuntaba el trazo de un camino, los primeros metros de un recorrido que todavía continúa y se eleva con paso firme. Entonces no se sabía ni podía saberse con certeza que con el tiempo sería una de los poetas más valorados y premiados del panorama de la poesía en español, pues sus primeros libros tenían aciertos, hallazgos, quizá no un gran brillo lingüístico, aunque sí una voz personal.