Se ha acabado el verano. La ciudad, con el inminente cambio de estación, trae promesas de frío, prisas y rutinas grises. Y sus habitantes tienden a dejarse llevar por los resoplidos y las apatías. Onomatopeyas largas acompañadas de gestos tediosos. ‘Buuufff’, ‘Uuuuuffff’. “¡Qué pereza!” ¿Por qué siempre nos olvidamos de que lo mejor siempre está por llegar? ¿Y de que se esconde en los gestos más pequeños?
Estos meses alegres de estío han sido rellenados en abundancia por conversaciones hasta la madrugada con amigos. Días en la playa con la familia. Baños en lagos de pueblos por descubrir. Paseos por veredas, que a la luz del atardecer parecían mágicas. Competición de contar estrellas fugaces, que en realidad eran perseidas. Y varios atracones de novelas, de las clásicas, lectura eternamente pendiente. Y de las novedades que te han recomendado insistentemente.
Así que ahora, a la vuelta a “la seriedad”, me propongo un reto. Casi como un juego para motivarme para continuar con el año. Redescubrir mi ciudad y volver a enamorarme de ella. Madrid puede ser cada día distinta. Y, sin duda, existe un Madrid para cada persona. Septiembre sigue siendo un mes perfecto para demorarnos por las calles unas horas más, tras la salida del trabajo. Los paseos aún pueden ser largos porque la luz del sol aún se resiste a marcharse. Y esta ciudad puede ser infinita, ahora que nadie nos vigila.
Redescubrir lugares comunes
Todo lo que aprendí sobre improvisación me enseñó que es mejor saborear los pequeños momentos a planificar grandes eventos y esperar a que sucedan. Pienso esto mientras camino con parsimonia por Chamberí a la salida de la oficina y los postes de la luz de los edificios me devuelven el reflejo de un cielo que aún resiste estoico. Ayer, tras algunos años, volví a subir a la azotea del Círculo de Bellas Artes para mirar al infinito y lanzar deseos a cada uno de los tejados de esta gigantesca ciudad. A veces nos olvidamos que hay que volver a los lugares comunes para volver a sentirlos como cuando los descubrimos el primer día.
Hoy, tras el paseo desde Cibeles a Gran Vía, vuelvo a reunirme con mi grupo de amigos para contarnos qué tal ha ido el verano y darnos ánimos para esta vuelta inevitable al trabajo. Suerte que septiembre sigue siendo un mes para disfrutar de las terrazas y de las raciones de patatas bravas con cañas bien frías. Menos mal que hay cosas atemporales y casi sagradas.
La semana que viene hay peli argentina en la Casa de América. Y pasado mañana hay una obra en Microteatro por Dinero que está siendo todo un éxito entre el público. Aunque siempre es un buen momento para pasear por el Retiro. O para pasar el domingo en algún lugar de La Latina o Lavapiés. Podrían pasar los meses y los años y Madrid nos seguiría ofreciendo centenares de ventanas que abrir para cada uno de sus días.
Para acabar el día como me merezco me escapo a un remanso de paz y sensorialidad. Un lugar para reencontrarme con mis sentidos y dejar que cada milímetro de mi cuerpo se sienta especial y cuidado. Me sumerjo en las aguas tibias de Hammam Al Ándalus, cierro los ojos y me siento satisfecha con todo lo que he vivido este año. Desde la punta de los dedos de mis pies y hasta el cuero cabelludo, toda yo en armonía con mi piel y mi organismo. Necesitaba este momento de desconexión real. Ahora vuelvo a estar con la energía y la fuerza necesarias para continuar el camino. al. Ahora vuelvo a estar con las pilas cargadas para continuar el camino.