Ya está aquí el invierno desde el pasado 21 de diciembre. Representa tantos símbolos visuales, espirituales e históricos que bien merece un relato, un artículo, una novela, un poema, un spot o una película.
Hay quienes viven el invierno perpetuo, en los nortes del planeta y de algunos países. Hay quienes no conocen el invierno porque viven en los trópicos. Pero siempre existe el invierno íntimo, un periodo para que vivamos los sueños por cumplir. Un refugio para mirarnos por dentro, calmados, a la espera del conocimiento, a la espera de lo que cada cual anhela.
Más allá de la oscuridad, a lo largo de la historia los pueblos han celebrado ritualmente la llegada del invierno como una oportunidad de apertura y comienzo. Porque, tras un largo periodo de frío y tiniebla, el equinoccio representaba el momento en que la luz vencía a lo oscuro y las noches comenzaban a acortarse abriendo la imagen del arcoíris.
“Ay, mi amor, sin ti no entiendo el despertar. Sin ti mi cama es ancha”, cantaba Serrat en aquel Romance de Curro el Palmo. Porque es ley que contra el frío nos necesitamos. Y por eso tenemos el sueño de compartir el espacio, incluso dormidos y cuando despertamos. También cuando nos dejamos arropar por el agua caliente dejando fluir los deseos.
Contra la soledad, los sueños y la compañía. Contra el paso del tiempo, la jovialidad de vivir todavía. Contra lo negro, los colores. Contra el frío, ese fuego que arde en el pecho de todos. Contra la intemperie, el hogar. Contra la barbarie, la paz y la sonrisa. Contra el hielo, la lumbre.
Este invierno de esperanza permite enamorarse o retirarse al interior de uno mismo. En cualquier elección, no olvidemos que estamos esperando el buen tiempo, que comenzamos un año nuevo, que podemos cobijarnos unos días en algún hogar rural de las montañas o del campo, que encontraremos la ternura en las personas y animales, que huimos del desamparo a través de los sueños al amparo de una chimenea, un brasero, una estufa, un cuerpo, porque entonces el calor invita al vuelo de imaginar y olvidarse del frío.
Se abre la ilusión y la espera para todos, el mágico momento de pensarnos libres y con mil posibilidades, anclados a una fantasía que puede ser posible. La belleza está en dejarse arrastrar por este momento de recogimiento y expectativas. Y mucho mejor entre las sábanas del agua.