“Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón”, cantaba Joaquín Sabina. Y así es, nos han robado el mes de abril, porque el estado de alarma se prolonga hasta el 26 o hasta no se sabe cuándo. Y estaremos confinados, luchando en el silencio contra un bicho invisible que nos roba como un ladrón esta primavera. Ya son demasiados muertos y muchos más contagiados. Tenemos el alma en vilo, y a veces la tristeza nos invade y lloramos a los caídos. Hoy mismo nos hemos enterado de que ha muerto Luis Eduardo Aute, paladín de causas perdidas, compositor maravilloso, que reivindicó la belleza por encima de la realidad corrupta.
Ya está, nos han robado abril, su primavera excelsa, los prados y el agua que siempre nos aguardan en su sitio, corriendo o en mareas. Pero no podemos dejarnos vencer ni por un virus ni por la ausencia de las calles.
De ninguna manera podemos abrir los brazos y dejarnos robar la cartera, la alegría, el colorido de las amapolas en las campiñas. De ninguna manera.
Abril está solo ahí fuera. Solo sin nadie, huérfano, vagando por las calles sin nadie, buscando su esencia, que no es otra que prestar sus valores a la gente, porque sin gente parece un mendigo.
Es verdad que ahora solo cabe la evocación de abril. De aquellos otros abriles del pasado en que salíamos a la calle para celebrar un tiempo mejor que permitía el encuentro, la tapa, el comienzo de los baños en la playa, los paseos. Es verdad que ahora mismo no podemos recuperar abril como ese sueño que permitía la explosión de la vida en cualquier rincón.
Ahora bien, abril secuestrado del calendario no puede hacernos caer en la desesperanza. Vendrá mayo con más flores y más brisa, las playas se desperezan para despertar al verano y los paseos serán la norma común de la amistad, y los niños se apresurarán en su aprendizaje y disfrutarán en tropel por las plazas y los parques. Mayo llegará y lo celebraremos.
Pero mientras llega, todavía tenemos este abril enjaulado, con sus pequeños regalos para todos:
Nos regala días muy largos, atardeceres rosados desde la ventana, amaneceres azules y grises como despertadores sin prisa.
Nos regala la compañía de la familia, tanto quejarnos de que no teníamos tiempo para ella.
Nos regala abril el verde en nuestra terraza o en las plantas de interior.
Nos regala libros y flores, domingos de cine en casa, ruido de platos en la cocina.
Nos regala la ilusión de seguir vivos, capaces, trabajadores, enriquecidos por la resistencia, aunque ahora veamos negro el futuro.
Es decir, se presenta todavía la belleza intacta por delante, y siempre por delante, como decía Aute: “Reivindico el espejismo / de intentar ser uno mismo, / ese viaje hacia la nada / que consiste en la certeza / de encontrar en tu mirada / la belleza”.