Gota a gota, se desliza por mi cara. No pienso, solo dejo que mi cuerpo se mueva con el vaivén. Me imagino que así es como deben sentirse los bebés dentro de su madre, protegidos, tranquilos, contentos. Y es que para mí el agua siempre ha sido alegría, alegría desde el primer chapoteo inocente y sorprendido. Como el mágico bálsamo de fierabrás que obsesionaba al hidalgo, el agua todo lo cura, se lleva consigo amores, penas y preocupaciones, devolviéndonos a un tiempo donde todo era más sencillo, donde la risa no envolvía la amenaza de un llanto, de un peligro que no había previsto, pero siempre acechante.





