Así lo dejó escrito Gustavo Adolfo Bécquer, como verso de anhelo y plenitud que pudiera ofrecerle la persona amada, dispuesto a ofrecer al menos desde la poesía lo más inalcanzable a cambio de esa curva en unos labios queridos.
Sonreímos por placer, por ternura, por diversión, por agradar, por contemporizar con los otros, con intención de ganar algo que se desea. Y además no pocas veces para mostrar afecto, para mostrar complicidad y empatía, para dialogar con el espíritu de los demás. El encanto de una sonrisa supone un oasis tras muchos días de sed. Nunca la felicidad tuvo una imagen tan prodigiosa como la sonrisa de un bebé, tan sorpresiva por temprana; de un niño, de cualquier joven con esperanza, de cualquier anciano satisfecho, de cualquier mujer que pisa fuerte y de cualquier ser humano sin temores.