Una pequeña cerillera hambrienta, muerta por causa del frío, que antes de su final prendía fósforos el último día del año a la búsqueda de calor. O aquel soldadito de plomo sin pierna, tan enamorado de su bailarina que giraba sobre una pierna, iguales en su destino de figuras estáticas, acaso juguetes imperfectos, iguales en su amor y su destino. O aquellos niños de La reina de las nieves. Cuentos de Andersen que nos durmieron y nos despertaron a la compasión y la ternura. Entre todos esos cuentos, muchos nos hicieron soñar o emocionarnos hasta el llanto. Así también el Cuento de Navidad de Charles Dickens o las Cartas de Papa Noel de Tolkien. Y aquel que nos desveló la crueldad del abandono en un bosque de Hansel y Gretel de la mano de un padre hundido en la pobreza, que narraron los hermanos Grimm.
Miramos sus sonrisas: la aurora del nuevo siglo, el paisaje que se extiende desde sus ojos hacia todo lo que les espera, la belleza inmaculada en su piel, en sus gestos tan recientes. Y así vislumbramos más lejos que el día de hoy mismo, con su horizonte de hormigón y cielo raso oscuro. En ellos al fin presentimos la vida por delante, solo vida que crece como árboles recién plantados cuando les nacen las hojitas verdes.
Porque estos niños son nuestro futuro y por eso procuramos que nuestro abrazo no les falte. Nunca, nunca podemos rendirnos ni fallarles. Y cuando el peso de la adversidad nos exceda, volvamos a esta imagen de los niños correteando, durmiendo, iluminados por la alegría. Entonces sentiremos la fuerza creciendo en nuestras manos, en las suyas pequeñas.
Una pluma clásica, unos calcetines con tiernos motivos, el libro que esperamos, una corbata, un pijama nuevo, una termomix, muebles para renovar la casa, un viaje exótico o tal vez al pueblo de la infancia, una muñeca, un balón de reglamento, un perfume francés, el mejor jamón ibérico, una cesta de Navidad, un diario para escribir llo íntimo, el disco favorito, una alianza para estar juntos, una entrada al teatro o al concierto que más nos gustan, un collar de diamantes o de perlas.
Mil regalos que se ofertan en el mercado, mil posibilidades de contentar a los más cercanos. El regalo es una muestra de cariño y empatía, una forma de saber y hacer saber que pensamos en el otro. Pero tal vez debemos elegir regalos imprescindibles, los más originales y sencillos, casi sin coste alguno.
Hoy, aquí, en este instante, con los ojos cerrados, sumergido en el líquido amniótico
del Hammam perfumado, la claridad debajo de mis párpados que, como bien dijo Claudio, viene siempre del cielo traspasando los óculos estrellados de la bóveda, me doy cuenta.
Lo sé de esa manera explosiva y sencilla en la que algunas veces
nos damos cuenta de que estamos vivos: esta es la misma agua, esta es todas las aguas.
Es el agua que bebió mi madre y que dio origen a aquel líquido cerrado y primigenio
en el que buceaba durante los primeros meses de mi vida.
Los migrantes: aves y personas que inician un viaje necesario, trasladarse a otro hábitat más benevolente para sus objetivos. A las aves las mueve el clima y la reproducción, a los humanos la supervivencia y la esperanza. En el año 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante con intención de proteger y respetar los derechos humanos de aquellos que emigran.
Recordemos nuestro pasado: españoles todavía desperdigados por Argentina, Alemania, México, Cuba, Francia, Bélgica, Suiza y todos aquellos países que nos acogieron para trabajar en sus industrias, para evitarnos algún peligro o para salvarnos de la pobreza. Fuimos pájaros buscando un nido de bienestar.
Las ciudades españolas se iluminan este mes con una abundancia multicolor que parece combatir la oscuridad de la noche retando a la noche. Semejante batalla contra la nocturnidad de los montes, las selvas y los campos, las autopistas, los callejones y los barrios de medio mundo, se presenta quizá como una guerra contra la naturaleza: porque la noche es necesaria frente a la luz del día, producto de la rotación del planeta que gira en órbita alrededor del astro sol. Los humanos retamos el ciclo natural mostrando todo contra lo oscuro.
Es el signo del presente. Las ciudades compiten para ganar en potencia lumínica y espectáculo. Y así las luces de diciembre nos acompañan en las calles, los comercios y las fiestas navideñas durante todo el mes de diciembre. Málaga y Madrid son dos centros de potencia eléctrica que asombran por sus guirnaldas y adornos en Navidad, aunque también Granada y Córdoba se ocupan de ello, como casi todas las ciudades de medio mundo. Pero, ojo, son luces de temporada y luces prestadas por unos días. Hay que aspirar a otras luces.
Para la Cumbre de Clima de Madrid (del 2 al 13 de diciembre) se ha elegido un lema: Tiempo de actuar.
La naturaleza nos ha sido dada por factores diversos de atmósfera y evolución que permiten la existencia de nuestra especie, perfecta y precaria, pero la olvidamos y queremos someterla a nuestras necesidades: talamos, fabricamos, vertemos ácido sobre su lecho, desviamos su curso, infectamos el aire y las aguas, arrasamos sus tesoros, extraemos su subsuelo. Bosques, prados, fauna, ríos, mares, selvas, placas tectónicas: retrato de una gloria y un paraíso sin gobierno ni reglas humanas. Sus leyes no son las nuestras. Y debemos aprenderlas.