Fuego queremos para la pasión y para quemar los rastrojos que impiden seguir un camino que vaya lejos. Que ardan los ramajes que nos atan las extremidades y hasta el pensamiento. Es la víspera de San Juan, cada 23 de junio. Por fin llega el momento propicio para renacer de las cenizas como mítica ave fénix.
En España, Europa, Asia, África y Latinoamérica se celebra el fuego desde mucho antes del cristianismo. En la era cristiana se asocia esta festividad con el nacimiento de San Juan Bautista, pero seguramente se adoptaron sus ritos paganos de los ancestros anteriores, como día de júbilo por el advenimiento del solsticio. El símbolo que preside la alegría o la superstición es la hoguera. Se festeja en Occidente el comienzo del buen tiempo, de la fertilidad y del verano, y en torno al fuego se reúne la gente para iniciar esta temporada, un año nuevo que inaugura frutos y cosechas, mejor temperatura y el florecimiento de la vida social.
Así nos llegan las verbenas de San Juan, con el fuego como estandarte de purificación y señal de vida. Fuego necesario para el calor y la alimentación. Porque el calor brota en los colores de la fruta: cerezas, melones, sandías, mangos, nectarinas, ciruelas y albaricoques que embriagan el paladar como néctar de los dioses.
El fuego, que fue materia de evolución y supervivencia, de destrucción y tristeza, aquí nos reconcilia con la bonanza de los frutos y los cielos de azul inmaculado.
Tan temido como venerado, el fuego nos ha acompañado cotidiano desde nuestros comienzos: ese candil que nos alumbró durante siglos, la fogata que calentó nuestro frío, la hoguera celebratoria, el fogón que permitió cocinar, el horno que doraba nuestro pan, el brasero que calentó el hogar, la antorcha que despejaba la tiniebla. Pero también el incendio que arrasó los bosques, la llamarada que quemó vidas, las brasas que destruyeron libros y bibliotecas enteras, y la lava que asoló tantos pueblos.
El fuego en la serie Juego de Tronos (David Benioff y D.B. Weiss, 2011-2019) es materia de guerra y dragones mágicos, capaces de lograr poder.
El fuego durante la Inquisición fue verdugo de ideas y cuerpos.
El fuego es esa llama que viaja por países durante cuatro años hasta arribar en una sede de los Juegos Olímpicos.
El fuego en tradiciones, mitologías y tribus significa mil cuestiones, así de poderoso para el bien y para el mal.
Nos quedamos desde el Hammam con la idea de fuego como limpieza y renovación: fuego mínimo, que representamos con las velas, que ni manchan ni queman más que su propia cera, que iluminan y tiemblan sin daño, que dibujan sombras a nuestro paso para guiar nuestro sendero.
Y por eso vamos a la Noche de San Juan, para reunirnos alrededor de las hogueras, porque celebramos el fuego desde la concepción histórica, por sus significados y también porque todo incendio supone un comienzo, una batalla entre la muerte y la vida, un nuevo paisaje para sembrar y esbozar ese horizonte que nos espera.