Feliz 2020, proclamamos, pero por qué y para qué. Tanta felicitación no debe ser en vano. Felicitamos un año, pero sobre todo celebramos un espíritu para no ceder ni un palmo en nuestro futuro.
Pensemos bajo el signo de los sueños. Vida nueva, año nuevo, proyectos por concretar, hijos y nietos por nacer.
Pensemos con el aura y la luz de un auténtico sueño, que todos tenemos, porque vivimos de esperanza y de sueños posibles. Pensar un sueño y soñar un pensamiento.
No estamos locos, sabemos lo que queremos. Y sabemos imaginar más allá de la lógica y de las necesidades. Con los pies en la tierra, soñamos y hacemos cada día un camino hacia lo que imaginamos como necesario para ser feliz.
Si una casa es nuestra meta, hay que adquirir o alquilar un espacio, para llenarlo de hogar.
Si los hijos son nuestra objetivo, primero hay que darles vida y después guiar su vida como si fuera un tesoro, paso a paso. Porque es de verdad un tesoro por descubrir cada vida que crece y se instala en la existencia.
Si nuestro anhelo es consolidar un negocio, será preciso esfuerzo y programa para que levante el vuelo.
Si nuestra ilusión es un amor, habrá que cultivarlo, creando lazos de unión, respetando su espacio para unirlo a un espacio para compartir.
Si nuestra ilusión es un trabajo, hay que lucharlo hasta conseguirlo, o mirar a otro paraíso que desconocemos. En cualquier caso, resulta preciso no abandonar a la primera ni a la segunda en los intentos.
Si nuestro niño no va bien en la escuela, habrá que reforzarlo en esas materias complicadas, porque todos podemos aprender en nuestras habilidades.
Si estamos en paro, no queda más remedio que pedir ayudas o trabajar en lo que sea, por encima de la injusticia y siempre buscando la justicia.
Si las plantas se nos mueren, tendremos que regar y acariciar sus hojas hasta resucitarlas.
Si el planeta peligra, habrá que tomar medidas contra la contaminación y la extinción de flora y fauna. No es romanticismo, sino prestar una mano en el cuidado de nuestro hogar.
Bajo la bandera de la felicidad, tal vez deberíamos mirar más allá de lo inmediato.
La felicidad aguarda en el revés de cada circunstancia.
Porque un amor desgraciado podría ser el fin del dolor y el comienzo de otro amor.
Porque una pérdida podría significar el inicio de otro encuentro.
Porque la deriva a la pobreza pudiera convertirse en el principio de un mejor porvenir.
Porque todo depende del azar y de factores ajenos, pero también un poco de nosotros, de nuestra entereza para hallar el otro lado de la moneda, la batalla contra la adversidad.
Y no se trata de ignorar las dificultades que nos acucian en cada esquina, sino de plantarles cara y enfrentarlas por si la lucha nos diera la razón. Sin ingenuidad, pero también sin miedo ni cobardía.
Tal vez siempre va a ser mejor que nunca.