La alegría no es una canción:
es saber que la canción no es nuestra,
saber que acabará
y sentir su duración como una vida
(sobre todo cuando suena tan lejana
entre el rumor del agua,
arghul o zurna, bendir o mazhar).
La alegría no es un grifo dado de sí:
es el agua que enseña al cuerpo
no a olvidar sus impurezas
sino a saberlas propias,
a ser en ellas.
La alegría
es una burbuja que hay que cuidar:
nos la da el aire
y sólo nosotros nos la quitamos
por ignorancia o torpeza.
Nunca es tarde para la alegría,
pero no la esperes:
vuelve su camino fácil.
Sumérgete en sus aguas templadas
como una tregua entre el vapor y el frío.
La alegría, lo sabes,
puede ser también
cerrar los ojos:
cerrarlos con todo el alma
para que no entre jabón.
Martín López-Vega