Un cuenco dorado flota ante mis ojos, que escrutan cuidadosamente cada rincón. Segundos antes ha sido impulsado con delicadeza por los finos dedos del masajista. Y aún guarda parte de esa energía que le hace seguir avanzando hacia el interior. Mientras, dibuja suaves ondas en la superficie. El tintineo de las pequeñas velas que yacen en él se agudiza a medida que éste se adentra en la terma. Ocupando la parte central de la misma.
Todos mis sentidos están siendo estimulados. Una suave música suena de fondo. Inspiro profundamente para sentir la suavidad de la esencia que inunda la atmósfera. La temperatura del agua es perfecta. Invita al baño dentro de un acogedor espacio entre mocárabes, tracería y todo tipo de lujo ornamental.
El ritual da comienzo.
Ayudado por el masajista, me coloco en la posición correcta para que éste pueda proceder al inicio de la experiencia. A partir del momento en el que todo está preparado, solo queda cerrar los ojos y dejarse llevar.
El tiempo parece detenerse por un instante, el cuerpo flota en el agua, alineándose con la superficie. No existe la rigidez, no hay tensión, los músculos de cada extremidad parecen rendirse ante las manos del masajista que los mueve a su antojo trazando efímeras figuras acuáticas. A cada movimiento, más pierdo la noción del espacio. Imagino mi cuerpo sobre una inmensa y suave superficie de seda, resbala, recupera su posición original y seguidamente vuelve a resbalar.
Los brazos del masajista son el único enlace que tengo con la realidad, en ellos confío, me dejo mecer y acunar. La columna vertebral actúa como eje de cada movimiento, hacia la izquierda, hacia la derecha. Movimientos suaves, que invitan a la total relajación. Mi cuerpo irradia paz. Desde mi cabeza siento como los músculos comienzan a destensarse, y mentalmente trazo una línea desde la frente, que baja por la nariz y los labios, la mandíbula se relaja, los hombros alineados con el resto del cuerpo son amasados por el masajista, siento como mis dedos flotan, acariciando el agua, mis piernas no están hundidas sino que reposan suavemente.
La sensación de aislamiento es verdaderamente envolvente. Sumida en un total estado hipnótico gracias a los movimientos acompasados y rítmicos. Siento como voy dejando la mente en blanco, los problemas y preocupaciones del día a día se han quedado en el exterior.
Deseo abrir los ojos, y lo hago. Me maravillo al contemplar la magnífica cúpula nazarí que observa la danza desde las alturas. Vuelvo a respirar, a renovar el aire de mis pulmones. Ahora descanso quieta, una vez ha concluido, aunque mi piel aun guarda resquicios de ese movimiento, que ahora finalizado, custodia alguna marca vagabunda en el agua, y que sin duda permanecerá cual persistente huella en mi memoria.