Piénsalo un segundo y recuerda. Desde cuándo no has sumergido todo tu cuerpo en el agua, abandonándote al placer de flotar y estar caliente y protegido, igual que un niño sin memoria.
Desde cuándo no olvidas la realidad inmediata para ser solo tú contigo mismo, desnudo y salvaje, sin conciencia del yo. Mujer sin desigualdad, hombre sin cargas, persona sin desasosiego.
Claro, sin remedio, de acuerdo con nuestra historia, hemos cambiado el baño por la ducha rápida. Es más, hay muchas viviendas que ni siquiera tienen bañera. La limpieza diaria se colma con una ducha de cinco minutos como mucho. No se trata solo de la prisa que se impone, sino de conciencia ecológica. Estamos de acuerdo en no despilfarrar nuestro bien más preciado, oro líquido del planeta: el agua. Pero hay otras alternativas: el mar, el Hammam, arroyos y ríos.
Porque, por encima de toda razón, el agua siempre nos llama como un canto primigenio. Necesitamos sumergirnos en su sustento, olvidar esa gravedad que nos sostiene sobre la Tierra, dejarnos llevar por su susurro, por el manto acuático que evoca la placenta que nos alimentó varios meses antes de ser gente. El agua fue nuestra génesis y se erige cual nuestro pasado, presente y porvenir. Destino del agua, somos agua.
Desde cuándo no te bañas. Esa es la pregunta. Bañarse de verdad. En una gran terma templada, caliente o fría y en pleno silencio. Y no unos minutos, sino bañarse contra el tiempo. En penumbra, sin pensar, limpiando todo lo que nos sobra o nos mancha, porque sin duda la cotidianidad mancha, pesa, aplasta, enfurece, grita, apremia, nos acorrala en el estrés y no da tregua.
Pasan los días y se nos olvida que tal vez necesitamos este baño, porque nuestras células y neuronas nos llaman la atención, nos claman alivio y paz. Cuando la inquietud y la pesadumbre nos acechan, cuando estamos exhaustos del trabajo y el esfuerzo, cuando la mente se ha llenado de ruido y cansancio, una voz recóndita nos murmura la sed, el agua, la calma. Es la voz que se opone al estrés, la música que acalla todo grito.
Por qué esperar tanto o considerar que el baño se reserva para una ocasión especial, cuando resulta tan necesario y hermoso que puede mantener nuestro equilibrio para afrontar el riesgo que supone estar vivo.
Por todo lo dicho, te proponemos un desafío personal, un propósito de enmienda: no que busques un baño especial, no que aceptes este regalo en un día de celebración, sino que practiques la constancia del baño, cada semana, cada mes, siempre que el horario lo permita, ganando unas horas al reloj implacable, retando al estrés en su imperio del caos. Y aquí nosotros haciendo frente a la vorágine, dando la espalda a lo estridente: el agua es bálsamo.
Venimos al agua porque agua en nuestro corpus, nos bañamos, olvidamos problemas, nos miramos en nuestra esencia y nos limpiamos una y otra vez de todas las salpicaduras de duda, miedo, tristeza y dolor que la agenda roció sobre nosotros. Volver al baño es amor por nosotros y tal vez por el mundo.