Una pequeña cerillera hambrienta, muerta por causa del frío, que antes de su final prendía fósforos el último día del año a la búsqueda de calor. O aquel soldadito de plomo sin pierna, tan enamorado de su bailarina que giraba sobre una pierna, iguales en su destino de figuras estáticas, acaso juguetes imperfectos, iguales en su amor y su destino. O aquellos niños de La reina de las nieves. Cuentos de Andersen que nos durmieron y nos despertaron a la compasión y la ternura. Entre todos esos cuentos, muchos nos hicieron soñar o emocionarnos hasta el llanto. Así también el Cuento de Navidad de Charles Dickens o las Cartas de Papa Noel de Tolkien. Y aquel que nos desveló la crueldad del abandono en un bosque de Hansel y Gretel de la mano de un padre hundido en la pobreza, que narraron los hermanos Grimm.
En esta fechas resulta merecido recordar los mejores cuentos de Navidad, las mejores películas ambientadas entre luces, nieve y árboles decorados, porque estos relatos nos han mostrado el revés de las fiestas, la humanidad latente a pesar de las fiestas. Hemos crecido a la sombra de los cuentos, escuchando y leyendo historias tan bellas como crueles, tan verdaderas como lecciones sublimes para encarar la vida.
Cada relato de Navidad en letra impresa o en imágenes han configurado la cultura que tenemos y nuestras emociones. En lecturas y delante de la tele o frente a la gran pantalla de un cine, nuestra educación sentimental se fue forjando y nuestra empatía por los desafortunados nos hizo cómplices de un bienestar para todos.
No es raro que cada Navidad, las televisiones nacionales programen las mejores películas relacionadas con las fechas o grandes historias. Cuántas veces no hemos visionado Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939) en la extensión de la tarde del 25 de diciembre. Una y otra vez no parece suficiente.
Porque no hay mejor momento para repasar el espectro de aquellos sueños como el retorno de la Navidad. Este es el momento del año que nos permite evocar y revisar los cuentos que sumaron centímetros y vuelo a nuestra estatura y las películas inolvidables de nuestra vida con su escenario de bolas de nieve.
Quién no se ha conmovido cuando Chencho se perdió en La gran familia (Fernando Palacios, 1962). Quién no ha llorado con Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946). Quién no se ha divertido con Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, 1991), tan extravagantes como humanos. Quién no ha vuelto a la infancia con Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005). Quién no ha volado hacia la fantasía con Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990). Quién no se ha reconocido en algún personaje de Love actually (Richard Curtis, 2003).
Son las imágenes y los cuentos que nos hacen por siempre humanos, frágiles y titanes, no solo en la celebración de una festividad, sino en la historia de personas con conciencia y sentimientos. Contar un cuento puede ser luz que alumbre entre bosques y frío.