Celebramos el día de Andalucía sin apenas conocernos entre provincias. El 28 de febrero, día de la patria, se fija en nuestro calendario festivo, pero no pensamos en lo que de verdad significa. Andalucía no es solo un territorio, cultura o chistes fáciles. Se trata de una Comunidad que ha dejado historia, literatura, geografía y belleza en su interior y la ha exportado a todo el mundo. Se ha ganado gran respeto. O más claro, sus habitantes se han ganado el respeto durante siglos, desde que sus múltiples pobladores la fueron vistiendo de gloria y convivencia.

Andalucía no es solo la fama mundial de Sevilla o de Málaga, el patrimonio de Granada y Córdoba, Ronda, Antequera, Carmona o Jerez, la singularidad de Cádiz, el crecimiento de Almería, la reconditez de Jaén y Huelva, la perpetuidad de Baeza y Úbeda. Andalucía son estas ciudades y además todas sus poblaciones, sus costas, sus montes, sus dehesas, sus desiertos y sus praderas.

En cada provincia nos sorprenden los huecos de Andalucía, sus secretos, lo que no se muestra a primera vista. Triunfa el turismo rural en miles de pueblos a trasmano, ofreciendo su excelente variedad gastronómica, su hitos históricos, la arquitectura ancestral y la reciente, con recorridos campestres, arroyos y ríos, montañas nevadas y valles de ensueño, vegetación silvestre y fauna protegida, marismas y lagunas, costa infinita y mar disponible. No basta una vida, se necesitarían varias para abarcar todo el panorama andaluz. En cada piedra hay un relato.

Los extranjeros han reconocido su belleza y nos han colonizado, miles de británicos, alemanes y nórdicos se han instalado en nuestras localidades para vivir nuestros recursos y disfrutar del clima y del entorno. Somos tendencia mundial sin enterarnos.

En la noche andaluza, el campo estalla con el canto de los grillos o con el rumor del cauce de un río. En el día, nos despiertan los pájaros, los gallos o las gaviotas. Según donde vivimos, la naturaleza impone su música y su ritmo. Incluso en las ciudades nos despierta el fragor del tráfico, la música y el barullo.

No hay pequeño pueblo que no tenga su iglesia, su muralla, su castillo, su monasterio, sus casas típicas, su colina, su restaurante memorable, su ayuntamiento repleto de actividades, su biblioteca y sus clubs de lectura, sus palacios, sus cortijos, su leyenda negra, su particular devenir de vidas únicas y transitorias.

Por las ciudades empedradas y de cemento reciente, vamos aunando pasado y presente, como si nada valiera tanto como en verdad vale nuestra identidad. Somos lo que fuimos y algo más: un olivo o un naranjo alumbrando un paisaje, y lo que ahora vamos construyendo. Andalucía es desarrollo, no solo pasado.

Los que pueden darse el lujo se acomodan en Marbella o Sotogrande, entre otros enclaves del lujo; la mayoría de los visitantes pasan por la Alhambra o la Mezquita, la Giralda o el Alcázar de Sevilla. Los más turistas y certeros recorren las rutas imprescindibles de toda la Comunidad. Pero ¿ y los andaluces? ¿Nos olvidamos de nuestro patrimonio inmenso?

De ninguna manera. Somos dueños de un territorio sin fronteras, de una esencia plural que acoge a todo el mundo y lo incorpora, porque así somos mucho más.