Enamorarse del arte de fabricar objetos sin prisas, poniendo en ellos todo el amor y la dedicación que una persona puede albergar. Bellas geometrías que cautivan al que las mira por sus vistosos colores y su delicada composición. Así es el yosegi-zaiku, una técnica centenaria que recuerda mucho a nuestra taracea, pero de origen japonés.
Hace 414 años en Japón comenzó una época conocida como Periodo Edo o Tokugawa, que duró 265 años y se caracterizó por su riqueza cultural. Durante este tiempo se desarrolló el yosegi-zaiku o el arte de hacer bellos mosaicos a base de maderas de distintos colores. A pesar de la viveza de los tonos predominantes de estas composiciones, hablamos de una artesanía muy natural, que nunca usa maderas tintadas, sino que elige árboles que tienen un matiz característico. Se usa el Euonymus o árbol de husillo para el blanco y el alcanforero para el amarillo. La caoba china ofrece los tonos rojos y la Maackia los marrones. El nogal negro americano consigue los púrpura. También hay negro, gracias al Picrasma quassioides y a la morera. La magnolia japonesa de hojas grandes hace posible el milagro del azul, el pigmento más codiciado.
Después de recopilar maderas de tan variados árboles, el artesano se dispone a cortar con esmero varillas alargadas de cada una de ellos. A continuación, une estos finos palos con resinas naturales y juntas forman mosaicos de preciosas formas y colores. En un primer vistazo nos dará la sensación de haber viajado al Al Ándalus y a sus tradiciones y estar asistiendo al increíble espectáculo que ofrece ante los ojos de quien mira a la taracea. Misma pulcritud y dedicación artesana para incrustar maderas y, sin embargo, diferentes técnicas y civilizaciones.
Y llega el momento mágico que ilusiona las caras de quienes lo presencian como si fuesen niños. Como en este haiku de Hoshino Tatsuko, “blancos los rostros que observan el arco iris”. El artesano ha formado un bloque único de madera maciza, compuesto por varillas de distintos colores y geometrías. Gracias a una cuchilla muy fina incrustada en un taco de madera, el artesano se convierte en ilusionista y al recorrer la pieza maciza con el metal, saca una finísima lámina que más que madera se asemeja a un papel grueso de fantasía.
Con esta obra de arte normalmente se cubre el exterior de las cajas secretas o cajas de rompecabezas japonesas. Otras veces se decoran también otros objetos cotidianos como bandejas, cajas de joyas, jarrones, cofres o posavasos. En la actualidad vemos todo tipo de elementos de diseño recubiertos por esta forma de artesanía, como pasa con nuestra taracea. Gafas, fundas de móviles, agujas de tocadiscos… Todo es susceptible de ser tocado por la gracia de esta técnica centenaria.
Aunque esta técnica de incrustación se dio durante el periodo Edo ( siglo XVII-XIX), todavía es practicada por algunos artesanos expertos como Tanegi Zukuri, Taneita Zukuri o Suku Kezuri. Uno se siente pequeño al comprobar cómo la férrea dedicación artesana sobrevive a través de los siglos, poniendo ante nuestros ojos una práctica exquisita que hace especiales a los objetos que envuelve. Esta particular filosofía de vida se corresponde totalmente con el sentido y dedicación que Hammam Al Ándalus pone en su día a día. ¿Por qué no hacer siempre especial lo cotidiano?