Vivir es un verbo de recovecos complejos y extensiones inabarcables. No caben los resúmenes sencillos cuando se trata de hablar de forma concisa de la existencia de uno mismo. Todo cambia cuando hablamos de la esencia que nos define; de la balanza que equilibra todas las veces que nos hemos llenado de risas y vivencias. Llega diciembre y sacamos la brújula para comprobar que no estamos perdidos, que hemos vivido, que seguimos viviendo… Que seguiremos intensamente mientras podamos.
La sabiduría completa ciclos desde que empezamos a gatear. Nos caemos y nos volvemos a levantar con las ansias de descubrir nuevos caminos que quizá nos lleven al suelo de nuevo. Es un palíndromo capicúa en el que recorremos fases de sapiencia y verdor, indistintamente de los años que tengamos. Somos mayores y nos revolotean mariposas en el estómago y rubores en las mejillas frente algunas experiencias. Somos jóvenes y tenemos la seguridad de que el paso que vamos a dar es el correcto.
Lo que verdaderamente importa es el kilómetro cero de lo que somos, el núcleo, los valores que nos conforman, los estímulos que nos mueven. Desde ahí podemos movernos hacia otras direcciones. Explorar es algo innato al ser humano. No importa que huyas corriendo muy lejos, porque si no conoces cuál es tu centro de gravedad, seguirás perdido aquí o en las antípodas. En cambio, si conoces cuál es tu esencia, recorrer caminos siempre te mostrará más de ti mismo, porque ese aprendizaje nunca acaba.
Párate a pensar. Incluso si ya has escalado algunas décadas, todavía te queda mucho por aprender. Es una constante que nunca termina. Y en el reverso de la moneda, si aún estás empezando en esto de coleccionar experiencias, ya has inaugurado tu camino y eso te da un grado, aunque sea muy pequeño. Lo importante siempre es empezar. La maravilla de emocionarse, a pesar del plateado de los cabellos. Lo extraordinario de poder experimentar seguridad, a pesar de la imberbe bisoñez. La sabiduría es un haz de luz constante que nos nutre si estamos receptivos.
Cada año diciembre ofrece su colofón solemne. El cierre del año que fue testigo de nuestras diferentes fases y vivencias. Cada una de ellas dio un sentido pleno a nuestras vidas. A los veteranos y a los inexpertos. Nos paramos un momento merecido a recopilar lo que el año nos dejó. Nos tocó de lleno la renovación del inicio en enero y nos propusimos ser mejores. Pusimos toda la creatividad, la alegría, el amor, la magia y la fuerza en nuestro día a día.Nos entregamos a la confianza de nuestras capacidades sin vacilar. Incorporamos sueños, descubrimos que la belleza es algo que luce más fuerte por dentro que por fuera.
Y así, para acabar otro año más, completar otro ciclo y seguir caminando hacia delante, nos damos cuenta de que la felicidad es más sencilla de lo que pensábamos. Cogemos de nuevo la brújula y nos desvela la respuesta. La felicidad es no estar perdidos. La felicidad es perderse todo el rato para hacernos preguntas y resolverlas sin miedo. Es poner todas nuestras ganas en lograr cosas que nos importan de corazón.
Adentrarnos en el laberinto no debería darnos miedo si tenemos claro qué es lo que merece la pena, si avanzamos en la dirección que valoramos y da sentido a nuestras vidas. Porque estamos teniendo presente nuestra esencia y estamos actuando en consonancia. Y con estos pasos y acciones, nuestra existencia se vuelve rica, plena y llena de sentido. Nos invade una poderosa sensación de vitalidad que camina siempre de nuestra mano. No es algo fugaz, sino una sensación profunda de vida bien vivida.
No nos olvidamos, es verdad de que a veces la vida supone dolor y no podemos evitarlo. Pero si procuramos estar completos y plenos en cada momento. Y vivimos en consonancia con nuestros valores. Si procuramos responder a todas las preguntas que nos invaden cada cierto tiempo. Y vivimos cada día con intensidad; Si agradecemos y estamos dispuestos a dar… Podremos afrontar mejor los malos momentos. Y disfrutar plenamente de los buenos. Estaremos en el camino de construir una vida que merece la pena vivir.