Los migrantes: aves y personas que inician un viaje necesario, trasladarse a otro hábitat más benevolente para sus objetivos. A las aves las mueve el clima y la reproducción, a los humanos la supervivencia y la esperanza. En el año 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante con intención de proteger y respetar los derechos humanos de aquellos que emigran.
Recordemos nuestro pasado: españoles todavía desperdigados por Argentina, Alemania, México, Cuba, Francia, Bélgica, Suiza y todos aquellos países que nos acogieron para trabajar en sus industrias, para evitarnos algún peligro o para salvarnos de la pobreza. Fuimos pájaros buscando un nido de bienestar.
Y a veces se nos olvida nuestra extrañeza ante lo extranjero, nuestro trabajo de muchas horas, nuestro destino de foráneos ante lenguas desconocidas, nuestros hogares precarios en tierras ajenas. Dejamos parte de la vida en esos territorios: hijos, trabajos, parejas, ideas, inquietudes. Incluso dentro de España, millones de personas de desplazaron de los pueblos a las ciudades, a nuevas comunidades, que a veces tenían cultura e idiomas distintos. Sin duda, Cataluña nos debe el sudor de trabajadores de toda España, sobre todo del sur. Como a Cataluña le deben tantas familias su progreso.
Pero sucedió una comunión en la que los migrantes daban y de esas regiones o páises recibían. Se produjo intercambio, un mestizaje, la hermandad y el diálogo entre seres humanos.
Tal vez deberíamos pensar que somos un solo pueblo que se aúna para el bien, el comercio y el bienestar; que no hay diferencia alguna entre personas nacidas en cualquier parte. Queremos un diálogo entre seres valiosos que se han dejado cuanto saben en la evolución de la historia, no importa si en Europa, España o Latinoamérica.
Tan valientes fueron los españoles que se aventuraron allende los mares, cruzando miles de kilómetros para colaborar con su esfuerzo en la construcción del planeta.
Recordemos algunos referentes cinematográficos para celebrar este Día del Migrante, tal vez una película nos sirva como documento ético para asumir una conducta: América, América (Elia Kazan, 11963), La otra América (Goran Paskaljevic, 1995) Una vida mejor (Chris Weitz, 2011) En este mundo (Michael Winterbottom, 2002) y las españolas Un franco, 14 pesetas (Carlos Iglesias, 2006) o Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951), películas emocionantes sobre gente que emigra e intenta adaptarse en un entorno impropio, lejos de sus raíces.
Ahora contemplamos las oleadas de migrantes que han venido a España o desean hacerlo. A pesar de la controversia, no cabe ya la fobia al extranjero, que somos todos, ni la fobia hacia cualquiera que cruza mares y fronteras y solo desea seguir vivo aportando lo que puede, recibiendo dignidad.
En esta Babel de lenguas, de tristeza y alegría, de lucha y paz, apostamos por querernos y ser útiles al planeta. Ningún ser humano es menos, ninguna niña merece desprecio, ningún bebé puede expulsarse de ninguna parte.
Somos todos una comunidad de aves migratorias que vuelan y hacen nido construyendo este mundo.
O nada seremos, sino su destrucción.