El término SPA procede de la expresión latina “salus per aquam”. Es decir, “salud a través del agua”. Pero no es solamente salud lo que alcanzamos cuando nos adentramos en una casa de baños. SPA también podría interpretarse como “somnia per aquam”: “sueños gracias al agua”.
Porque el baño sensual, mágico y reposado en un hammam estimula. Y propicia nuestra capacidad de ensoñación. Además de ofrecernos una saludable y epicúrea serenidad de ánimo.
Si el contacto con el agua, el baño en general en bañeras, en mares o piscinas, despierta placeres primordiales. Que nos remiten a semiolvidados goces prenatales. El baño en el hammam añadirá a esos goces una poderosa sensación de misterio, de magia íntima. ¿Cómo?
Mediante la apelación a los sentidos. Nuestros viejos cinco sentidos, que quedan tan desatendidos en el vaivén de los quehaceres cotidianos. El hammam los mima y los nutre. El oído se nutre con silencio. La vista con penumbra dorada y misteriosa. El tacto con la suspensión de toda la piel del cuerpo en los gratos limbos del agua. El olfato, tan descuidado a diario, es regalado con sugestivos recuerdos de plantas, esencias y maderas. Que nos remontan a reinos vegetales que perdimos y añoramos.
Pero sin duda en esa magia íntima que nos ofrece el hammam van a intervenir también asociaciones viajeras y literarias: jugamos con antiguas fantasías, porque ¿quién no ha imaginado, en alguna visita a, por ejemplo, los baños de la Alhambra o el Bañuelo en Granada, entre esas piedras hoy solitarias y en esas albercas vacías, los antiguos cuerpos desnudos que chapotearon placenteramente entre el perfume opulento de los pebeteros y la luz sedosa de las lámparas de aceite? La mirada de nuestra imaginación sueña en la penumbra que procuran los mínimos tragaluces en forma de estrellas y los reflejos de la vehemente llamita imaginada de unas velas en teselas y azulejos parecen invitarnos a forjar sueños lánguidos y seductores.
La caricia del agua tiene poderes mágicos: nos protege de la agresividad de la rutina, del despotismo de los relojes, de los aullidos de la prisa, de las insidias del ruido.
La evocación del hammam nos llevará a desear la magia de la metamorfosis de nuestro cuerpo: las aguas a distintas temperaturas dialogan plácidamente con nuestra epidermis. Con el masaje nuestra piel mimada nos reinventa y nos reinicia en una voluptuosa renovación alquímica.
La primera vez que visité un hammam tuve una intensa experiencia de no-tiempo, de suspensión de los apremios cotidianos. Fue en un recinto inspirado en los baños árabes que un rey cristiano construyó para su esposa, encandilado con las posibilidades de molicie y placer que se revelaban en esos rituales de sus entonces rivales y enemigos. Ese hammam se había levantado a su vez sobre las ruinas de un antiguo edificio del siglo XIII. Pues bien: de ese edificio había escapado el fantasma de una joven cuya sombra solía entreverse entre las brumas mentoladas del hammam. Eso es lo que me contó la masajista mientras me aplicaba el ritual con jabón de uva roja, entre el baño y el masaje con aceite de flor de granado. “Salus et somnia per aquam”: cuántos sueños saludables nos ofrecen estas aguas mágicas.