La noche enciende sus astros: es San Juan. Todos nos atamos a la cintura el agua -hay quienes sólo la saludan corteses con los pies- y aguardamos el vuelo en diagonal de un pájaro desvelado en blanco. Su vértigo entre el cielo acorazado, la mirada con la que miramos desde dentro y su chispa encontrándose con la boca del agua.
Sensual, transpirando transparencia y calma, una desnuda invitación al roce y la intimidad: el yin frente al fuego en el que quemar el rastro de las tristezas y del dolor, los fantasmas que ahuyentar. No hay otra noche en la que fuego y el agua se abracen en un mismo misterio y placer, permitiendo que cualquier arcano suceda. Desde antiguo lo saben las estrellas que cada año buscan atravesar, relámpagos veloces, el otro lado del espejo y sumergirse en el cielo que sostuvo su imagen reflejada. Nadie sabe si emergen nuevas al alba, o si arden igual que naves vikingas allá donde el oleaje azula del todo su eternidad. Pero no hay pueblo, cultura, viajero o peregrino que no celebre a su manera la noche más corta.
Masaru Emoto ha pensado mucho sobre la física, los sonidos y las oraciones del agua. Sabe que el agua está formada por esferas de menos de 300 moléculas que se deforman, se retuercen, se rompen y se expanden. Y ha escrito que cuando se congela, se cristaliza; y que justo en el momento previo a convertirse nuevamente en agua (con un aumento de la temperatura entre -5º y 0º) genera una forma que es idéntica al ideograma chino que representa el agua. Su explicación provoca que la imagine como una moneda a la que consultarle el gesto o la dirección de una respuesta. ¿No es acaso lo que se hace en esta cita festiva con una estación en tránsito, y a cara o cruz un deseo?
No hay ritual tan popular en la magia como los que concurren cuando junio prolonga su noche Alicia en esas horas insomnes que pespunta de luces todos los mapas del mundo. En los relatos de esta tradición a madrugar, unos ocupan el lecho litoral de las arenas y alumbran con hogueras la oscuridad; otros prenden en el agua mariposas de papel con palabras privadas; y los hay que se embarcan en veleros holandeses al pairo de la brisa y de un mar que los tiemble fugaces hasta el amanecer. Da igual, todos deseamos cruzar de frontera, y renacer impregnados de felicidad.
San Juan suena a Hammán. Contraseña y traducción, susurro en conjuro para emprender el destino que cada cual ansía y sueña. Por eso les invito a celebrar en las alcobas de sus aljibe el solsticio de su oráculo. En baño y descalzos, encomendados a las penumbras del silencio y sus aromas en velo, dejándose avanzar en armonía hasta donde rozar con su mano el agua sea la caricia que también ella le devuelve a la altura del vientre. En su centro, la joya del loto, es donde nacen la angustia y el deseo, la fertilidad y la pureza, el vapor del alma que se transforma en vigor. Orillados en esa minuciosa danza de equilibrio y bienestar, dibuje sobre la piel del agua, letra a letra, desnudas y secretas, el adjetivo, el universo, la prenda, el nombre, el verbo, las coordenadas; y de cualquier de ellas su horizonte en abrazo. Sólo con un susurro pronuncie su escritura y respire, despacio, con deleite, respire desde las sienes a la garganta, desde la garganta al pecho, desde el pecho al vientre del agua. Imagine el coro del fuego rodeándole como luciérnagas su noche hammán, y la constelación de la que, en esa atmósfera e instante, forma corazón y parte. Sentirá como un pájaro lo cruza por dentro. Perdure en ese goce, igual que si se repitiesen un eco y otro eco.
Después, tome del fondo con sus manos el latido del agua hacia la superficie, el aire y su vuelo, haciendo que nazca la lluvia en sentido contrario. Su caricia bañándolo y derramándose ondulada, desenredando su cuerpo de incertidumbres y de cansancios, escondiéndose, acallándose en la templanza de su recinto. Inclínese entonces, y escuche el agua en trance, contándole.
Es lo que tiene la magia: todo lo tiembla, todo lo agita, todo lo transforma; amante como es del destino, y de la infinidad de lo posible.