Imagina que tienes una acuarela especial que puede dar forma a tus ideas. Y una vez pensadas se convierten en pequeñas ilustraciones que quedan almacenadas en tu memoria. Ahora piensa en tus vacaciones. Seguro que aparecen en tu mente muchos momentos que tienen playas paradisiacas como principal escenario. ¡Hay tanto que ver y que hacer que uno acaba agotado! ¿Y si reinventamos el concepto de vacaciones? Descubre el slow travel y di hola a una nueva forma de disfrutar de tu tiempo libre.
Ilustración de Cristina Urdiales del blog Been there, drawn that
A todos nos ha pasado alguna vez, es una rutina universal. Solemos elegir las vacaciones en verano y, cuando exprimimos las semanas de asueto, llegamos a casa más derrotados que cuando nos fuimos, con la necesidad de tomarnos nuevas vacaciones para descansar de las que acabamos de terminar. ¡Cuánta redundancia y qué cansancio, después de tanta actividad! Desde hace un tiempo, mucha gente está descubriendo un movimiento revolucionario, el slow travel o viajar sin prisa. ¿Sabes en qué consiste esta nueva tendencia?
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Coge el calendario y descarta los meses de verano. Noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo, abril e incluso mayo pueden ser grandes aliados para la relajación y la estimulación de nuestros sentidos. Te dispones a viajar. Quizá no sea necesario coger una avión y solo te hagan falta algunas horas en tren para alcanzar a tu destino. Cuando llegas, tu única preocupación será paladear, observar, sentir, disfrutar, descansar… Todo lo que conlleva bajar el ritmo habitual para poder deleitarte con los pequeños detalles.
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No es necesario realizar actividades maratonianas para sentir que viajas, como visitar dos países en una semana o tachar de tu lista interminable todos los museos y monumentos de interés. El día a día está lleno de rutinas encantadoras, pero las prisas no nos dejan saborearlas cómo se merecen.
Viajar con calma es abrazar un cambio de ritmo; disfrutar de un agradable paseo y desayunar en la terraza de un bar bajo la luz del sol; visitar el pueblo cercano donde hay una huerta de verdura ecológica, que tú mismo puedes recoger y comprar para cocinar ese día; hacer excursiones a la naturaleza; implicarte con los lugareños; descubrir las costumbres propias del sitio que estás visitando.
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Los viajes sin prisa están llenos de magia: largas conversaciones, rutas en bicicleta, pequeños road trips… Este concepto surgió en la década de los 80 en Italia y reivindica un ritmo de vida lento frente a la vorágine a la que nos vemos sometidos a diario.
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El movimiento comenzó con el slow food que reivindica una cocina hecha con tiempo, frente al cada vez más impuesto fast food. Cocinar con alimentos kilómetro 0, de temporada y cultivados por agricultores locales; probar recetas propias del lugar que visitamos…
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El concepto ha ido ganando terreno y ya existen las ciudades slow, lugares que tienen que cumplir una serie de criterios, como no sobrepasar los 50.000 habitantes, tener el casco antiguo cerrado al tráfico o cumplir una serie de requisitos ambientales.
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Cuando viajamos sin prisas la conexión es fundamental en todos los sentidos: el vínculo que se establece con el lugar que visitamos es mucho más fuerte, ya que lo sentimos como nuestro. Tenemos una relación más cercana con sus lugareños. Conectamos con la comida y con los pueblos que visitamos, también con las culturas locales que descubrimos.
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Por lo tanto, el concepto slow no es solo una forma de viajar o un estilo de hacer comida, sino una filosofía de vida, una mentalidad distinta que ha llegado a nuestras vidas para quedarse. Si a esto le sumamos que también es más beneficioso para el medio ambiente, ya que la huella ecológica es menor, ¿quién se puede resistir a bajar el ritmo y disfrutar de esta peculiar forma de afrontar el día a día?