Uno siempre se queda a vivir en los veranos que le hicieron feliz. Septiembre llega despacito, de puntillas, pero con una gran sonrisa. No quiere ser brusco. Su rostro está repleto de paz. Todavía se balancea entre los cálidos días del verano. Te anuncia que es hora de volver a la rutina. Pero antes de eso, vamos a sentarnos en el suelo. Y a coger nuestra cajita de lata de los mejores veranos de nuestra vida.
Está un poco desgastada por los lados, de tantas mudanzas, pero sigue brillando como el primer día. Vamos a abrirla poco a poco, porque está tan llena de sol, que podría deslumbrarnos si lo hacemos de sopetón. La mía es de un azul intenso y cristalina, como las aguas de las playas donde mis padres nos llevaban a mis hermanos y a mí en nuestra infancia. También hay una sandía intensamente roja, que era la merienda oficial cuando íbamos a visitar a nuestros yayos casi todos las tardes.
Quizá la tuya esté decorada con pelotas de playa de franjas de colores. Cangrejeras transparentes, melocotones y estrellas de mar. Y la tuya de esos libros que leías a escondidas con una linterna. Para que tus padres no te regañaran porque compartías habitación con tu hermana y podías despertarla. Pero tú siempre querías acabar un capítulo más y te daban las tantas.
¡Cuántas cosas caben en las cajitas de los veranos eternos! Esos que aún podemos oler, palpar y saborear si cerramos los ojos. Los primeros campamentos, verbenas, amigos, amores, besos y, también, despedidas. Porque septiembre es positiva y sorprendentemente ambiguo. El mes de los finales y de los comienzos. De los veranos y de los otoños. De las aventuras y de la rutina; el mes donde todo es posible: soñar con la punta de los dedos y tocar el suelo con los pies.
Alguien dijo alguna vez que la vida es circular. Volvemos a los lugares donde fuimos felices para continuar nuestro camino. Tenemos siempre nuestras raíces presentes para volar más alto. Dice la poeta Ana Cañamares “Durante las vacaciones / recogemos las piedras / que el mar nos regala. / Son las piedras con las que luego, / en el invierno, reconstruimos / las ruinas de nuestras guerras. / No sólo les pedimos / que resistan. / También que nos recuerden / que el mar existe”.
Seguimos en el suelo, con nuestra cajita de los veranos abierta. Frigopies, Kojaks de cereza y piruletas que dejaban la lengua azul. Nos quedamos con lo que más nos ha emocionado este estío: ese viaje por la costa, el primer baño en el mar de tu sobrino, la boda de uno de tus mejores amigos, las cenas en la terraza hasta la madrugada, aquella noche que bailasteis hasta el amanecer… Y lo metemos en ese espacio de recuerdos eterno. Y, solo al cerrarla, nos damos cuenta de que todas estas vivencias nos servirán de mucho para todos los nuevos propósitos del curso que empieza.
La belleza reside en el comienzo de un nuevo ciclo y en lo que está con nosotros desde siempre; en las personas que se cruzan en nuestro camino y en los viejos amigos; en nuestra rutina tranquilizadora y en las anécdotas estimulantes; septiembre ha llegado y como siempre te susurra al oído sonriendo que la belleza está en el camino.