Más que santa, sagrada, en cuanto a su sentido religioso, pero menos santa porque la población la vive desde cierta paganía, como fiesta de primavera en la que beber, comer y salir a las calles. Incienso y cera, sí, pero además bares y restaurantes.
Sin duda, esta semana de tradición católica, cultura popular y arte acumulado durante varios siglos, nos despierta a la luz y a nuevas sensaciones en esta estación.
En realidad, su fecha varía cada año porque ha de establecerse para que comience el primer domingo de luna llena después del equinoccio primaveral. Y por eso es la primera gran fiesta de la estación.
Esta celebración de salidas procesionales, que este año se ha fijado del 14 al 21 abril, tiene su origen en el siglo XVI, aunque ya antes durante la Edad Media se hacían liturgias, ayudas y conmemoraciones.
La Semana Santa de Málaga fue declarada en 1980 de Interés Turístico Internacional; la de Granada, en 2009, aunque hay otras muchas de inmenso interés en toda Andalucía y en el resto de España.
Merece la pena venir a Málaga, Granada o Córdoba en Semana Santa y no solo por sus procesiones, sino porque coinciden varias bonanzas. Ha comenzado el buen tiempo, con uno de los mejores climas de Europa, que invitan a pasear, hacer turismo cultural, disfrutar la gastronomía andaluza y, para rematar el ocio más saludable, en estas tres ciudades citadas se pueden visitar los baños árabes del Hammam Al Ándalus, con lo que se puede culminar estos días con una mezcla única de tradiciones diferentes.
Merece la pena mirar los pasos y los tronos como ese paso lento de una cultura ancestral que ha sobrevivido a la globalización.
Y no se trata tanto de creencias como de estar inmerso en una festividad compartida por creyentes y no creyentes. Simboliza y explica de dónde venimos, de qué fuentes hemos bebido y cómo nos ha conformado la literatura bíblica y la religión como seres humanos con unos principios concretos y no otros, con una imaginería que desde niños hemos asumido como cotidianidad figurativa de un paisaje y de unos valores.
Vemos una catedral y es algo nuestro, así como un monasterio es cosa nuestra y una iglesia cualquiera tiene que ver con nuestra infancia o con la boda o el bautizo de un familiar. Todo esto es memoria, no tan lejana, de cuando las mujeres usábamos el velo para ir a misa hace algunas décadas y que ahora, sin embargo, condenamos en otras culturas, como si fueran ajenas.
Vivir la Semana Santa como practicantes o como tiempo de vacaciones nos hace más conscientes de la historia. Pero también nos puede servir para vivir las ciudades, saliendo de nuestro claustro, para pisar el empedrado de callejuelas, y contemplar con atención catedrales, cofradías, paseos marítimos, monumentos, concentración de personas en espacios pequeños. Para regalarse un baño en el Hammam, porque también merecemos vivir otra Semana Santa que magnifique nuestros sentidos, como una plural celebración de tantos saberes como rigen nuestra vida.
Hermoso artículo, se anticipan los olores y los sabores de la fiesta que vivimos y celebramos con la emoción más profunda.