Ha pasado demasiado tiempo desde que no tenía una cita conmigo mismo. Ha pasado tanto tiempo que no recuerdo cuál fue la última. ¿Tú lo recuerdas?
La casualidad, el azar, quizá la suerte, me han conducido hasta la puerta del hammam, poco importan los detalles. Al cruzar el umbral intuyo y percibo una sensación que no es exactamente entrar en un lugar concreto, no, no es eso. Es más bien la sensación de haber salido del ruido del planeta y del ruido de la mente. El ruido adopta el sentido de ‘ruido’ cuando deja de estar activo. Hay tanto ruido en la vida cotidiana que ni siquiera se oye; se camufla y se amansa como una fiera dormida. Pero una fiera dormida sigue siendo una fiera mortal.
De inmediato aparece la confianza. Es difícil confiar en lo desconocido o, mejor dicho, en lo no-conocido. Pero funciona. Una voz tan suave como los pasos que me acompañan se convierte en mi piloto. Confío sin reservas en esa voz, en esos pasos. Esa voz sabe lo que hace: y ya estás allí, pero ¿qué es allí? ¿Es un sueño? Por supuesto que no. Es mejor porque estás despierto.
Empiezo a recordar que me había olvidado de mí mismo. Algo ancestral y poderoso se ha hecho cargo de mí. Aún no puedo definirlo, aunque me agrada y conforta. Me dejo llevar. Hay algo amniótico y primario que empieza a resolverse cuando entro en el vientre del agua, en la penumbra líquida de la apertura de los sentidos. Los sentidos son un libro en el que sólo leemos, una y otra vez, el primer capítulo. Y ahora el libro continúa, se abre y continúa, aunque no es el libro de los sentidos el que continúa: es mi mano la que pasa las páginas de los sentidos. Es mi propia mano la que me lleva de la mano hasta lo que está por recordar y reconstruir. Y sigo pasando las páginas de las cinco puertas de los sentidos.
Olvidarse del tiempo no es olvidar. Olvidar el tiempo es recordar. La piel de la piel -y la piel de la mente- toman la palabra, eliminándola: maravillosa paradoja. ¿Dónde empieza la piel y dónde termina la mente? ¿Dónde estás cuando estás sólo en tu piel, cuando todo lo demás se oculta? La piel sabe pensar mejor que la mente. La esclavitud de la conciencia en estado de alerta ha desaparecido. Es asombroso.
Estoy re-conociéndome. He vuelto a mí a través del aroma, del sabor, de la tibieza acuática, de la música y de la penumbra luminosa. Es un placer reconocerme. Ahora me agrado, hacía mucho tiempo que no tenía una verdadera cita conmigo mismo. Me hablo y me entiendo. Sé que todo está a mi favor después de tanto tiempo. Y, sobre todo, ahora no tengo temor o, mejor aún, culpa; es un ‘ahora’ limpio de duración. Es un ‘ahora’ real, purísimo y sin lastre.
Algo muy antiguo y añorado me posee. No puedo concretarlo, pero tampoco me preocupa. Todo un universo de civilización acumulada se derrama sobre mí, entre mí, hacia mí. Otros diseñaron este momento para que yo llegara hasta este mismo momento. No quiero comprenderlo, me basta con recoger toda esa herencia de generosidad y alimentarme de ella. No es egoísmo, al contrario. Es la constatación de la verdadera generosidad: la que uno se otorga a sí mismo sin prejuicios ni arengas.
Estoy vestido. Acabo de entrar de nuevo en la calle. No necesito pensar. Acabo de salir al ruido del planeta. El hammam no ha quedado atrás, está dentro de mí, suena sin necesidad de oírlo. Al menos, hoy, me guardo este tesoro para mirarlo en secreto.
Quizá mañana se lo cuente a alguien.