En el Día Internacional de los Monumentos y Sitios, el 18 de abril, aprobado por la Unesco en 1983, ahí está en primera fila nuestro país y nuestra Andalucía, nuestra historia secular que ha dejado su huella en la continua evolución del hombre.
Cómo no entender el interés estético y patrimonial de la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba, la catedral de Málaga, el Palacio de Oriente o la Puerta de Alcalá, a la que cantaron Ana Belén y Víctor Manuel. Pero no son simples monumentos, sino símbolos de periodos, lenguaje que relata la crónica de la civilización.
La vida es un río que pasa por ciudades y monumentos. Vida que es ahora y vida que es pretérito. Aprendemos del antes sobre todo para cuidar nuestro presente. O eso deberíamos.
Quién dijo monumentos. Cada lugar, por pequeño que sea, tiene los suyos. Algunos de hace miles de siglos o varios siglos y otros más modernos. Monumentos que no falten.
España es país de miles. Aquí hasta los humanos de la prehistoria dejaron algo: el rupestre de Atapuerca y Altamira, o los dólmenes de Antequera.
Los diferentes pueblos dejaron después su impronta: los romanos, los íberos, los árabes, los fenicios, los celtas, los visigodos. Y luego vino el resplandor de la civilización con el Románico, el Renacimiento, el Barroco, el Neoclasicismo y los siglos recientes. Incluso ahora se están haciendo monumentos para el futuro. Por ejemplo, el museo Guggenheim de Bilbao, la Caixa Fórum de Madrid, el Complejo de las Cuatro Torres también en Madrid, la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, la Torre Agbar de Barcelona, el Museo Medina Azahara de Córdoba, y otros.
Pero los monumentos cuentan más que un simple edificio o unas ruinas. Hablan de cómo fuimos, cuándo, dónde y qué fuimos. Si se toca una pared cualquiera de una iglesia del Románico, se toca el espíritu de quienes nos precedieron.
Más que una foto frente a un monumento, que todos nos hemos hecho alguna vez, retratamos las ausencias de quienes lo hicieron, su sudor, su afán y su pequeña existencia de constructores de los siglos.
Los primeros humanos pintaban en las cuevas y después evolucionamos en inteligencia y capacidad artística. Tantos miles de años de aprendizaje, de ensayo y error para perpetuar nuestro relato como especie.
Si hemos sido capaces de todo esto, de erigir catedrales, museos, ciudades, barrios, artesanía, pintura, cómo no vamos a ser capaces ahora de cuidar de nuestro planeta para que sobreviva por muchos milenios más.
Cuándo hemos perdido el norte de crear, de construir y cuidar nuestro mundo para que perdure por milenios.
No estamos locos, sabemos lo que queremos y queremos un mundo adaptado a nuestra vida sana, permanentemente amado y conservado, en lo viejo y en lo nuevo. No valoremos más los edificios pasados como la supervivencia del planeta: su aire, su agua, su historia y nuestro presente. Porque también son monumentos los mares, los ríos, los huertos, el ganado, la pesca y la atmósfera.
Y nosotros, monumentos de la creación del mundo tal y como lo conocemos. Quizás deberíamos hacernos para nuestro autohomenaje una estatua o un castillo y ponernos el nombre del río o la mar que es la vida, pero solo si somos tan valientes y lúcidos de mantenerlos.