Para la Cumbre de Clima de Madrid (del 2 al 13 de diciembre) se ha elegido un lema: Tiempo de actuar.
La naturaleza nos ha sido dada por factores diversos de atmósfera y evolución que permiten la existencia de nuestra especie, perfecta y precaria, pero la olvidamos y queremos someterla a nuestras necesidades: talamos, fabricamos, vertemos ácido sobre su lecho, desviamos su curso, infectamos el aire y las aguas, arrasamos sus tesoros, extraemos su subsuelo. Bosques, prados, fauna, ríos, mares, selvas, placas tectónicas: retrato de una gloria y un paraíso sin gobierno ni reglas humanas. Sus leyes no son las nuestras. Y debemos aprenderlas.
La naturaleza reina al margen de sus depredadores, pero sufre sus embates de forma inexorable, y se rebela y va enfermando. Hasta cuándo resistirá su imperio si seguimos inconscientes.
A cada asunto de la naturaleza le hemos puesto millones de nombres: orquídea, acacia, océano, pantera, ola, tomate, oro, palmera. Cada brote tiene un nombre asignado, tal vez para domesticarla, hacerla nuestra causa o nuestro territorio. Y aunque cada cosa tenga nombre, también tiene acción, significado y espacio en el mundo, ignorando cualquier término lingüístico. La Academia de la Lengua no le incumbe ni le impide gobernarse a su antojo y defenderse de la tiranía.
No importa si se llama iceberg la masa que hundió el Titanic o si se denomina Amazonía a la región que produce nuestro oxígeno. Configuran la vida. Importa sobre todo el escaso cuidado que hemos puesto en su vigencia y su fuerza, ignorando que dependemos de su benevolencia y su desarrollo. La naturaleza implora diálogo y convivencia entre ella y nuestra existencia.
Resulta urgente que nos sentemos en mesas de negociación, en la que estén presentes para conversar un río y un delegado, una flor y un concejal, una mina y un presidente, un árbol y un ministro, una nube y un técnico, un arroyo pequeño y un jefe de Estado, una ballena y un comandante de submarino, un burro de campo y el alcalde de su pueblo, un pinar y el consejero de la comunidad autonómica.
Dialogar debería ser cuestión de humanos, que poseemos el don de la lengua, pero hay que dar la bienvenida a los elementos de la naturaleza para que ellos mismos expongan sus motivos y necesidades. Cualquier ave, cualquier cachorro, cualquier matorral, cualquier seta, tiene sus motivos.
Que se entiendan entre todos en nombre de todos y lleguen a acuerdos de entendimiento que caminen hacia el mantenimiento de nuestro planeta. Entre hombre y elefante, que se explaye la palabra y nunca más la caza.
Tal vez, con una bonita negociación, acuerden superar los terremotos y los tsunamis, los agujeros del ozono, la extinción de las especies, el saqueo de los árboles, la futura inundación o la pervivencia de una playa. Entre una simple flor y un hombre anónimo, entre seres naturales que habitan el mismo planeta.
Luchar por el diálogo y el bienestar entre la naturaleza y la humanidad.