Qué no daríamos por empezar de nuevo. Por entregar el abrazo que no dimos y el beso que se quedó en una esquina esperando su cita. Por amar más allá de la rutina entre parejas. Por recuperar el tiempo que hemos restado al niño que nos necesita. Por cultivar el hogar que forjamos y descuidamos por la prisa. Qué no daríamos. Pero podemos volver sobre los pasos y aprender a darnos. Se trata de una sensación inigualable: Dar.

Se nos ofrece la oportunidad de comenzar en cada otoño porque somos este otoño, el de este año, el que nos imcumbe, presente inmediato, con su cambio horario y las obligaciones impuestas. Porque dar significa empatía, generosidad, complicidad, reunión, hermanamiento, reunión, alegría, nido que fabricamos para nuestro cobijo y el de los queridos. Regalar, ofrecer, desprendernos, comunión con los amados, compartir un futuro.

No hay nada comparable a esa espera mientras el otro abre nuestro regalo. Nos inunda la expectativa y la esperanza de que le guste. Cuando lo agradece, volvemos a la vida con más ganas. Porque hemos practicado el bien. Ese bien que no se centra solo en nosotros, sino en la reunión con el entorno y con los que más queremos.

Este otoño de gloria cotidiana, con sus hojas muertas que preludian nuevos brotes en los árboles, significa una oportunidad inigualable para comenzar un ejercicio que persigue el regalo. Regalamos porque somos otoño y damos porque el otoño forma nuestra naturaleza y entendernos es un rito social que ejercemos cada día. Incluso sin saberlo.

El primer regalo imprescindible es el que nos debemos a nosotros, a nuestro cuerpo y nuestra alma. Primero el cuidado de nuestro yo, y no por egoísmo, sino para ser conscientes de la existencia propia y entender la importancia de la existencia de los otros, sobre todo de los que necesitamos para sentirnos en armonía con nuestra tribu.

Volvamos a nuestro cuerpo, a nuestros deseos, a nuestra serenidad, para averiguar lo que debemos dar y lo que debemos reivindicar. Si queremos defender la naturaleza, solo podemos hacerlo porque hemos asumido nuestra propia naturaleza.

No sirve defender las selvas si no conocemos nuestra íntima selva. No vale defender el planeta sin conocer el pequeño universo de cada cual: su entorno, su cuerpo, sus responsabilidades. Si luchamos por el oxígeno constante, será porque ayudamos a generar el oxígeno.

Insistimos: primero nuestra vivencia para luego defender la de todos. Cuanto más libres y sanos, más apreciamos que todos sean libres y sanos, porque dependemos unos de otros.

Tú eres otoño. Tú eres el acto de ofrecer.  Eres porque crees que en lo salvaje está tu esencia y en lo domestico te espera el hogar. Eres entre las aguas, porque el agua es tu alma recóndita y el baño te engrandece porque recupera tu origen. Y partiendo  ti, sabes que están aquellos que amas y precisan tu cuidado. No estamos divagando en la penumbra. Estamos adquiriendo conciencia de algo muy sencillo: Si somos individualidad y trascendencia, podemos trascender hacia los otros que nos esperan.