Echa un vistazo a tus recuerdos más remotos en el tiempo. A esos que huelen a leche y magdalenas. A días de salitre que acaban cuando el cansancio te vence después de jugar todo el día con tus amigos y acabas dormido en el suelo. Son esos capítulos de tu vida a los que casi no logras dar forma con total nitidez porque pasaron hace mucho tiempo o porque apenas tenías consciencia, los que conforman quién eres y hacia donde vas. A veces vuelves a ellos y esbozas una sonrisa.
No puedes asegurar en qué curso estabas. Si todavía ibas a la guardería o ya habías empezado el colegio. El pelo aún mojado con la raya perfecta que tu madre te hacía cada mañana antes de salir de casa y las lágrimas tibias aún resbalando por tus mejillas sonrosadas. Ese chico de un curso superior te había vuelto a robar el bocadillo. Fueron solo segundos, quizá un minuto. La sombra de unos rizos y el olor a Nenuco tomaba ahora protagonismo. Tu mejor amiga estaba frente a ti extendiendo su brazo, brindándote la mitad de su sándwich. Los valores empiezan a aparecer en nuestra mochila de vida, madrugadores, desde nuestra edad más temprana.
Vamos creciendo. Van pasando los años y las caídas son más constantes, sin embargo, los huesos de goma nos acompañarán hasta bien entrada la madurez. O mucho más, hasta el final de nuestros días. Porque con canas, arrugas o todos los rechazos del mundo, seguimos siendo invencibles. Estamos preparados para intentarlo una y otra vez porque nos mueve algo muy poderoso: perseguir sueños.
Los sueños no tienen fecha de caducidad. Nos acompañan desde que tenemos uso de razón hasta que volvemos a perderla para irnos de este mundo. Considerando la vida sea un camino, es verdad que hay muchos momentos cuesta arriba y otros momentos en los que nos sentiremos exultantemente jóvenes. Ser joven tampoco tiene fecha de caducidad. Hay jóvenes de todos los tipos, ya lo demostró José Luis Sampedro con su lucidez extraordinaria a los noventa y tantos.
Agosto es el mes de los sueños. Esos que aún están por cumplir; esos que aún no sabes que algún día ansiarás; esos que nos roban el sueño, pero para bien; esos que hacen que nos comportemos como adolescentes eternos; esos que nos dan vidilla. Que nunca nadie nos diga que ya no tenemos edad para tener sueños ni para ser jóvenes. Y es que, ya lo dijo Picasso, “lleva mucho tiempo llegar a ser joven”.