En Hammam Al Ándalus celebramos el Día Internacional del Libro uniendo dos de nuestras pasiones: la literatura andalusí y el amor y cuidados por nuestros clientes. Si pasas esta tarde por nuestros baños árabes de Madrid, en los turnos de las 18.00 o de las 20.00 horas, tenemos una pequeña sorpresa para ti. Mientras tanto te dejamos dos piezas literarias dedicadas al Patio de los Leones en La Alhambra, una leyenda y un poema. ¡Feliz Día del Libro para todos vosotros!
Cuenta la leyenda que hubo una vez, hace ya bastantes años, una princesa árabe llamada Zaira. Era bella, inteligente y sensible; pero su padre, el rey, era todo lo contrario: frío, cruel, malvado, tacaño. La princesa, junto a su padre, viajó a Al-Andalus, y se alojó en la Alhambra de Granada. La princesa estaba tan encantada con pisar Granada, que todo le parecía un sueño. En cambio, a su padre se le revolvía el estómago con cada paso. Al rey, solo con pisar Granada, le entraban nauseas; mientras que a la princesa cada paso que daba le parecía un sueño.
Zaira se sentía más granadina que africana, ya que su país le parecía un infierno. El rey prohibía a Zaira salir a la calle y relacionarse con la gente. Sólo tenía la compañía de un talismán que le colgaba del cuello. Solía pasar la mayor parte del tiempo en un patio muy iluminado. Un día se vio sorprendida por muchacho que saltó la valla, y que le dijo que la había visto desde afuera y que la quería mucho. Ella le instó a que se fuera, porque si se enteraba su padre, no dudaría en cortarle la cabeza, él o uno de sus 11 hombres de confianza. Entonces se fue el muchacho, llamado Arturo, con la promesa de volver.
El día en el que volvió Arturo, el rey lo vio y lo encerró en las mazmorras. Poco después la princesa, abatida, porque su amado podía morir, encontró en una habitación, el diario de su padre. Pensó que no debía leerlo, pero algo en su interior la impulsó a abrirlo. Lo hizo y en una de las páginas, escrita cuando ella tenía tan solo un año de edad, leyó lo siguiente: «Ya he matado al rey y a la reina. De la princesa Zaira me he apiadado. Gracias a mis 11 hombres, he conseguido ocupar el trono. Ahora creerá que yo soy su padre. Espero que la princesa no se entere nunca del maleficio de su talismán.»
Zaira, confusa, llamó al rey y a sus 11 hombres y los reunió en el patio donde ella solía estar. Llorando, le preguntó al rey si aquello era verdad. El rey, convencido de que con sus 11 hombres al lado, Zaira no podía ni tan siquiera tocarlo, le dijo que era verdad. En ese mismo instante, Zaira recordó que su madre, le había echado un maleficio a su talismán: el día que Zaira supiera la verdad, al rey y a sus 11 hombres, les pasaría algo terrible. En ese momento el amuleto se activó. Zaira, sentía la rabia de un león, y eso dio lugar a que el talismán convirtiera al rey y a sus 11 hombres, en leones de piedra.
Desde entonces, a ese patio se le llama el «Patio de los Leones» y su fuente tiene 12 leones alrededor que son el rey, y sus 11 hombres, que al ser convertidos en leones de piedra llevan ahí desde entonces. Como no podía ser de otro modo, Zaira rescató a Arturo y vivieron felices para siempre.
Poema de la taza de los leones
«Bendito sea aquél que otorgó al imán Mohamed
las bellas ideas para engalanar sus mansiones.
Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas
que Dios ha hecho incomparables en su hermosura,
y una escultura de perlas de transparente claridad,
cuyos bordes se decoran con orla de aljófar?
Plata fundida corre entre las perlas,
a las que semeja belleza alba y pura.
En apariencia, agua y mármol parecen confundirse,
sin que sepamos cuál de ambos se desliza.
¿No ves cómo el agua se derrama en la taza,
pero sus caños la esconden enseguida?
Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,
lágrimas que esconde por miedo a un delator.
¿No es, en realidad, cual blanca nube
que vierte en los leones sus acequias
y parece la mano del califa, que, de mañana,
prodiga a los leones de la guerra sus favores?
Quien contempla los leones en actitud amenazante,
(sabe que) sólo el respeto (al Emir) contiene su enojo.
¡Oh descendiente de los Ansares, y no por línea indirecta,
herencia de nobleza, que a los fatuos desestima:
Que la paz de Dios sea contigo y pervivas incólume
renovando tus festines y afligiendo a tus enemigos!»