Hablar de belleza en abstracto es como hablar de amor en abstracto. ¿Existe el amor?¿existe la belleza? Sabemos que existe el amor porque nos enamoramos, sabemos que existe la belleza porque gozamos, nos emocionamos con la contemplación de una obra de arte, de un paisaje, de una noche de luna, de un cielo lleno de estrellas.
No sabemos lo que es el amor, lo sentimos. No sabemos lo que es la belleza, la percibimos a través de nuestros sentidos: nos conmueve, nos sosiega y nos excita al mismo tiempo, nos despierta y nos apacigua, nos apasiona y nos llena de calma. Lo mismo que el amor todo lo trastorna de modo que el aire que respiramos adquiere otra ligereza, otra transparencia, de la misma manera los sentidos se avivan, afilan las finísimas agujas del placer, en el estremecimiento que provoca la belleza.
¿Por qué hablo de belleza, de placer, de amor, de los sentidos en pie de guerra, haciéndose notar?
Tan solo porque quiero dejar constancia aquí de una experiencia que me sorprendió, avivó, apaciguó… todo mezclado en la penumbra de un lugar cerrado, pero con estrellas de luz y con destellos de aromas y suaves pasos, sonidos leves de agua. Tan solo porque quiero contar una pacífica, oscura, luminosa noche en el Hamman Al Ándalus granadino, un lugar escondido,
con recato, en una calle que arranca de Plaza Nueva, paralela al Paseo de los Tristes o Carrera del Darro, bajo la Alhambra.
Una casa sencilla, una puerta oscura y entornada. Tenue luz de la tarde cayendo acompañó tus pasos y los de tu acompañante que se dirigían hacia esa puerta abierta y aún desconocida. La empujaste despacio. Una penumbra acogedora, aromas escogidos… Alguien te recibió amable y tras cubrir tus zapatos, te indicó el camino hacia una sala-vestidor con alacenas de madera y puertas con rejillas. Todo armónico y sencillo. Un guía os esperaba al subir la escalera con toallas. En La sala primera estaban las teteras hirvientes con distintos tés, gustosos sabores y dulzores. A un lado, en una repisa, los tarros de esencias para escoger el aroma de la tarde.
De pronto se apagan las luces del Hammam. Se hace la noche maravillosamente punteada de luz. Noche oscura con estrellas talladas en la madera y en la piedra. Noche oscura con cielo agujereado. Los visitantes se miran sorprendidos y excitados. Caminamos en la ardiente oscuridad, cada uno y cada una con nuestro farol, con nuestra luz interior, con la pasión del agua alrededor.
Un dulce relax se percibía, andares suaves, ya envueltos en la sutileza del placer de las nuevas emociones. Mi acompañante y yo nos miramos: sonrisas en la ducha, gusto del agua derramándose sobre el cuerpo antes de sumergirnos en la terma de agua tibia, azulejos, vapores evanescentes.
Apenas el sonido de los brazos lentos sobre el agua, apenas los pies rozando el suelo. Caras y cuerpos, cuerpos y caras en grato abandono te rodean, pero solo tú existes y quien te acompaña. Todo leve: el movimiento de brazos y piernas, el olor, insinuaciones en los surtidores. No pienso en nada: siento, rozo, aspiro, me demoro.
Sales del agua, sirena, ondina… te sumerges en la terma de agua caliente: sopor, alegría, te tumbas boca arriba sobre el agua, te deslizas. Retozas un rato. Te sientas en la orilla. Sube el vapor hasta envolverte. Buscas el agua fría, helada hasta parecerte fuego. Huyes hacia el té, envuelta en tu toalla. Té que revive antes de bajar hacia el masaje estimulante, suave, sensual. Un profundo bienestar, músculos distendidos… y un andar placentero o más bien desandar hacia el origen.