Decía el escritor Eduardo Galeano “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré”. Entonces, se preguntaba, “¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar”. La confianza es uno de esos valores que alguna vez hemos llegado a tocar con la punta de los dedos y justo en un espacio de tiempo muy corto, se distancia milimétricamente de nosotros para empujarnos a buscarla sin cesar. Pocos la experimentan por temporadas continuas y la mayoría nos dedicamos a perseguirla por el resto de nuestra vida.
Está en las tareas que no reviso, en la ropa que ya no uso, en los propósitos que nunca cumplo y en los cientos de objetos que tengo guardados en el cajón. Hay una cantinela interior constante: cuando me libre de ellos, mi confianza volverá… Trastos que ocupan nuestros habitaciones y nuestra mente y nos lastran de conseguir un paso ligero.
Un pasado no resuelto que, con su artillería de toneladas, se sube de un salto a nuestra frágil espalda, hundiéndonos en un punto fijo. Los posos que nos estancan y nos alejan de lo que queremos ser, son difíciles de limpiar. Y vuelven los “por si acaso”, maestros en desvíos por atajos infinitos, que nos consumen las horas con dudas y más dudas. Se nos van los días y ella no vuelve.
Reconciliarnos con nuestra confianza es una tarea constante. Llegar a rozarla de nuevo con los dedos cuesta intentonas diarias, un pie en el suelo y otro descolgado por el tirón que nos da ese globo que cogemos con una mano y nos mantiene arriba, cerca de los sueños. Es asustadiza y se quiebra en un día a día plagado de comparaciones, exigencias y mentones largos.
Hay tanto por ganar si apostamos por ella que rendirse queda lejano. Y quizá la clave esté en el desprendimiento, en vivir al día, en tirar lo viejo, apostar por lo nuevo, en quedarnos con lo que nos devuelve al hogar y deshacernos de lo que nada tiene que ver con nosotros. Febrero llega con sus 28 días para recordarnos que la vida es breve, pero no por breve menos intensa. Por eso los orientales aconsejan vivir con lo mínimo para ser felices. Desprendernos para que la confianza vuelva donde siempre tuvo que estar, dentro de nosotros.