Noviembre inaugura el ciclo del tiempo, para recordarnos que nada es para siempre. Encendemos velas, como cuando cumplimos años y las apagamos aferrándonos a un deseo, dejando ir con ese soplo toda preocupación, liberándonos.
Hay algo que nos provoca un nudo en la garganta. Como esas historias que hemos visto mil veces en nuestras películas preferidas. Aunque nos sepamos sus diálogos de memoria cada vez que las volvemos a revisar luchamos y hasta rezamos para que el final pueda cambiar. Esos protagonistas a los que siempre les quedará París, no volverán a verse nunca más. Las emociones universales a veces son efímeras, pero se quedan a vivir en nuestro imaginario colectivo. “Si corres más, podrás salvarla”. “Si desobedeces las normas, podrás reunirte con él antes de que salga su avión”. “Si hablas con tus padres, quizá puedas evitar todo lo que va a pasar después”. Lo cierto es que las cosas pasan y nos gustaría tener una goma de borrar para poder modificarlas. No nos detenemos en la esencia de lo que está sucediendo cuando deseamos cambiar el rumbo de los hechos.
Renegamos de ese reloj invisible que marca nuestro paso por este viaje. Nacemos con un tatuaje que es ley de vida. Igual que llegamos a este mundo, algún día nos iremos. Sí, esto que no podemos cambiar debería estar presente en todos nuestros movimientos, pero se nos olvida. Se va diluyendo entre los juegos de la infancia, los descubrimientos de la adolescencia, los objetivos de la juventud y las obligaciones de la madurez. Y, aunque no esté con nosotros en cada recuerdo, esta realidad no nos abandona ni un momento.
En ese viaje de emociones ilimitadas y tramos abruptos se nos van olvidando las leyes inamovibles. Comenzamos cada día pensando que la noche le sucederá y confiamos en que así llegaremos a viejos. Esa esperanza es absolutamente humana y conmovedora. En nuestra cabeza solo caben planes, expectativas, deseos, sentires, anhelos, nostalgias y la consecución de un paso más, de un día más, de una noche que dé paso a otro hoy. Porque el mañana siempre vivirá en nosotros.
Sobrecoge la composición del ser humano. Su energía desbocada, su lucha diaria, su resiliencia, su esperanza en los días oscuros, su positividad para salir adelante… La grandiosidad de las personas no tiene límite. Pese a saber que su aventura es finita, despliegan sus alas cada día, dando lo mejor de sí mismas. Estamos formados por huesos y vísceras, sí, pero también por sueños y esperanza. Así es el ser humano, lleno de hermosas contradicciones.
Llegará un mañana en el que ya no estaremos. Es tan natural como los miedos que te producen tener consciencia de ello. Recuerda que mañana no estaremos, pero no dejes que esa idea te frene de volar lo más alto que desees. Algún día seremos recuerdos inmortales en forma de historias contadas al calor de un brasero una tarde de invierno, junto con café y álbumes de fotos. De vez en cuando merece la pena repasar el valor de la palabra inmortal porque, aunque algunos recuerdos sean para siempre, bastaron unos pocos segundos para hacerlos eternos.