¿Por qué febrero para celebrar el amor? El 14 de este mes es San Valentín. Merece la pena revisar este concepto para conocer su evolución hasta nuestros días. Desde la fiesta pagana de los romanos dedicada a la fertilidad hemos devenido en una fiesta católica. La esencia no cambia tanto, solo mudan sus símbolos y su significado, la conducta y la libertad.
Para el comercio, es día señalado para vender productos desde semanas antes: perfumes, joyas, ropa, caprichos, bombones. Y más, siempre más. Para nosotros, tal vez sea presente para reflexionar sobre el concepto del amor y sobre nuestra compañía, en la que encontramos acaso algo parecido al amor. O tal vez amor de verdad. Regalo de vida y futuro.
Ya no estamos en el mundo decimonónico de amores contrariados, ni en los albores de la historia cuando el amor apenas si existía. Cada cultura ha domado el sentimiento amoroso a su albedrío y para sus intereses religiosos y económicos.
Durante siglos, incluso ahora en algunas zonas, el matrimonio se acuerda sin contar con el amor. Las parejas se programaban entonces y todavía se programan como acuerdo, al margen de todo afecto, más centrado en la economía y las costumbres. Hoy siguen vigentes esos acuerdos en el mundo árabe y en la India, por ejemplo, aterradores acuerdos de parejas sin gota de afecto, que padres y parientes negocian sin tener en cuenta al ser humano.
Da vergüenza y desamparo que sigamos en este desatino. Como si las personas fuéramos transacciones y objetos intercambiables. No podemos permitirlo en nombre del amor. O del simple bienestar de los humanos. Contra todo matrimonio acordado está la libre disposición del alma inmersa en su futuro.
Desde el amor cortés al amor desgraciado, desde el romanticismo cursi a los amores imposibles, desde la telenovela con final feliz al cine universal, desde los cuentos de hadas al poliamor, todo ha cambiado en los dos últimos siglos. Estamos en otro momento histórico, y el amor se ha diversificado, pluralizado y traído a nuestro devenir cotidiano.
Ahora el amor dura menos, no está basado en el sueño, sí más en la convivencia: colaboración, compartir tareas y actividades, formar hijos con conciencia. Ya no es infrecuente el divorcio ni casarse varias veces, porque se trata de ir encontrando no solo amor sino una forma de vida satisfactoria con parejas o sin ellas. Hemos crecido en nuestra identidad, ya no nos basta una pareja para crecer ni necesitamos una pareja para sobrevivir.
El amor romántico ha dado paso al amor cómplice de dos personas que comparten espacio y deseos. No hay príncipe azul, medias naranjas, sino hombres y mujeres que se unen a veces entre ellos para encarar la existencia con mayor calidad y afecto. Entre personas, no entre sexos.
El amor terrenal ha impuesto su lógica. Complicidad y compañía, colaboración, sexo y ternura. Lo que dure. Lo que termine, dará lugar a otras experiencias. No tenemos que rendirnos. El amor brillará como siempre, aunque se viva de formas diferentes, más libres, sin tantos intereses. Compartir espacio y vida por amor. Y no compartir si el amor no está presente. Ahora que hemos aprendido que el amor no es juego, imposición, supervivencia, sino a veces solo amor y deseo.