No estoy en la sala de un quirófano, sino en los baños de un hamman, atmósfera sedante como el propofol que me inyectaron para que durmiera, para que soñara contigo, Papageno, sin dolor. Papá no.
Papageno. De niña yo decía Papageno. Papá no.
Pa. Pa. Pájaro.
Ma. Ma. Marina.
Soy Marina. O Papagena. Mamá no.
La palabra mamá te llegará, o no te llegará.
Te meto en el agua, y chapoteas sobre mis piernas. Madre e hijo en un hamman de la tierra materna. Al verte, al vernos, reconozco una escena de un pintor francés del siglo dieciocho, esa infancia asfixiada con un cordón rosa, y siento vergüenza de que seamos protagonistas de un cuadro rococó. Pero luego, cuando nadie nos ve y yo sé que estamos fuera del hamman, fuera del propofol y fuera del quirófano, tú chapoteas en tu cuna florida, y ahí alejas las tinieblas que surcan nuestra casa.
Con un dedo mojado recorro tu cara mientras digo: mi pequeño Papageno.
Miras el agua con un gesto maduro que no corresponde a tu edad.
Quizá te extraña verme en esta enorme placenta de diosa árabe, contigo, a tu lado.
Mamá no. Yo, tu ángel.
La palabra mamá te llegará, o no te llegará.
Vuelvo a acariciarte. Y parece que te gusta, pero tampoco te conozco tanto. Apenas de tres meses.
Tres meses y ya sabes lo que es una caricia, mucho antes de aprender el mi-ma-má-me-mi-ma.
Qué modo tan horrible de aprender la letra eme:
Mamá que no está,
Mimos de polvo y tiza en una pizarra.
No, mi pequeño Papageno, la eme es esto:
Mis pezones húmedos que me abren a la función láctea de mis ancestras,
La lengua de nuestro perro que te lame la frente cuando arde.
Hoy es 13 de agosto y claro que no estoy en un quirófano, sino en las aguas de este hamman malagueño, aguas llenas de micro pieles, de mucosas, de condiciones de vida, de células madre, porque son las aguas que yo rompí,
Y saliste, Papageno,
Y al verte en las manos de la matrona, tan alto, tan pequeño,
Ya sabía que serías libre, pájaro, cantor.
Pero escucha, ahí fuera, al otro lado de la cúpula del hamman o placenta, llueven estrellas,
y yo, que no estoy en un quirófano sino en las aguas mías de este baño árabe,
reclino la cabeza, cierro los ojos
y siento que se cuelan, como lágrimas de San Lorenzo, los astros.
Llueven.
No me da tiempo a contar todos los deseos que tengo.
No me da tiempo a satisfacer el deseo ya concedido.
Algunos astros se quedan fijos en la gentil pesadez del aire, turbio por el agua densa,
Otros caen a los baños y desde el fondo celebran que por fin, por fin y después de alumbrar durante millones de años, pueden reposarse, como si en este nuevo estado -estrellas de mar- reconocieran la importancia universal de la caída.
Llueven estrellas, y la palabra estrella suena a chasquido de llama,
Tú aún no has dicho una sílaba, aunque ya sabes algunas de las cosas más importantes,
Porque el vacío todo del Universo se siente antes de señalar con un dedo tierno la luna, balbuceando.
Todo se aprende antes que su palabra:
El hambre (tres estrellas más han caído al agua)
La impotencia,
La necesidad de calor,
El frío (cae otra estrella)
La soledad,
También la rabia te llegará antes de que puedas aprender a nombrarla.
La enfermedad te dolerá y el ruido te asustará antes de que hayas aprendido a llamarme.
Mamá no.
Marina.
Papagena.
Diez estrellas más reposan en el fondo.
Cien.
Mil.
Una estrella por cada palabra que digo.
La envidia. Sabrás lo que es en ti y en otros antes de que te corrijan mil veces: se escribe con uve.
Se sumerge otra estrella justo a mis pies.
La guerra se siente mucho antes de que nos atrevamos a anunciar «estamos en guerra».
Todo se siente antes de poder vocalizarlo.
Pa
Pa
Palabras. Hay palabras que no existen, como Papageno. Hamman suena a palabra que no existe, hamman: un bostezo interminable por el que se cuelan todos los significados. Papageno, ojalá pudiera yo regalarte tan solo una palabra de sentido ancho, grande, una palabra para todos. Una palabra como tu canto.
Pa
Pa
País no
Ma
Ma
Mamá no
Marina
Mar
Libertad
Papá no. Mamá no. País no. Más no. Pero pequeño Papageno, ojalá que no siempre quieras más, aun cuando aprendas la importancia del acento para insistir: más papá, más mamá, más país, más más.
Está cayendo la última estrella, larga, lenta. Míralas todas bajo el agua encendida. Cojo una de ellas y le rompo un brazo, que me eyacula certero. Es la concepción de Papageno. Hoy es 13 de agosto y no estoy en un quirófano, sino en los mares estrellados de este hamman. Tú chapoteas entre los guiños del agua, y yo sumerjo la cara mientras se alejan las tinieblas que allá, en tierra seca, aún surcan nuestra casa.