En polvo, a la taza, caliente sobre nube de nata, helado, cobertura de pasteles, surtido de bombones y trufas, en tartas de postre, negrísimo, con leche, amargo, muy dulce… absolutamente maravilloso, aroma que despierta los sentidos, sueño de la infancia que perdura y continúa hasta que se llega a muy viejo. Quién no es fiel cautivo del paraíso del chocolate.
Roald Dahl fue el autor del libro infantil Charlie y la fábrica de chocolate (1964), luego llevada al cine en 2005 por Tim Burton. En homenaje al escritor se celebra cada 13 de septiembre el Día Internacional del Chocolate, coincidiendo con la fecha de su nacimiento. En realidad, un día del calendario no basta; reivindicamos la gloria de festejar el chocolate todos los días, pero, con cuidado, porque puede ser una bomba calórica de grasa y azúcar.
Antes de que lo conociéramos, el cacao cultivado en Centroamérica, especialmente en México, servía de moneda de cambio, de bebida fermentada, de pasta mezclada con chile, de alimento o de medicina. Ya en Europa, también se acostumbraba a tomar líquido, con especias o pimienta.
Ahora bien, lo que entendemos como chocolate es un invento incierto hacia el siglo XVI en México. Se trataba de utilizar la masa y la manteca de cacao incorporando azúcar y agua, además de canela, vainilla, almizcle (no siempre) y después también la leche. Ya en el siglo XIX se instaló la primera fábrica de chocolate en Suiza y la primera tableta se conoce en Inglaterra en 1849. Desde entonces hasta ahora, las variantes del chocolate y su uso se han extendido por el mundo para delicia y adicción de millones de paladares.
Se ha comprobado que el chocolate tiene propiedades beneficiosas para el organismo. Por ejemplo, el cacao contiene flavonoides, metabolitos que facilitan la dilatación de las arterias de los riñones y el corazón con lo que reciben más oxígeno y nutrientes. Además, en cosmética y cuidado de la piel, se considera antioxidante, suavizador, hidratante y nutritivo, Según estudios, su consumo moderado reduce el colesterol. Lo más interesante y reconocido es que reduce el estrés y actúa como antidepresivo natural, por contener serotonina y estimular la producción de endorfinas. No se puede estar triste tomando chocolate, aunque se nos salten las lágrimas de emoción por lo bueno que está.
Si tomamos en serio todo lo dicho, no cabe duda de que debería estar prescrito en todo tratamiento y, por supuesto, sufragado por la Seguridad Social: una dosis diaria de chocolate y todos mucho más sanos.
Mientras esta propuesta no se haga realidad, vivamos un retazo de este ensueño marrón casi negro. Sugerimos ver algunas películas memorables: Chocolat (Lasse Hallström, 2000), la cubana Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, 1992) o Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992), basada en la preciosa novela homónima de la mexicana Laura Esquivel.
Y nada de palomitas esta vez, mejor pepitas de cacao, tarta helada o del tiempo con virutas. Sentarse a disfrutar como quien dice: mi imperio por un chocolate.